23 julio 2008

Trascendencias

Tras pasar la vida creyendo que la muerte era el momento más trascendente de mi existencia, me muero y descubro su irrelevancia, su carácter insignificante.

De la misma manera que estornudar no tiene una importancia mayor a la cerrazón involuntaria de los ojos, tampoco la muerte puede cegarnos con su pomposidad y sus limitaciones: me deslumbraba por pensarla en relación conmigo, pero finalmente he comprobado que no se trata más que de un hecho habitual de una nimiedad inconmensurable, y que lo realmente trascendente es el cúmulo de hechos cotidianos banales que se acumulan en el depósito de la vida y de los recuerdos.

Qué podía, si no, tener mayor trascendencia que la memoria de tus ojos mientras los míos se cerraban.

3 comentarios:

Ego dijo...

Luego nos da miedo acordarnos de cuando nos morimos. Será el instinto que llaman, o el terror de morirnos otra vez. Tocar madera, como dice la canción...

prometeo dijo...

Tantas muertes para una sola vida. Que desproporción, que injusticia, que dolor! Ay del día en que el hombre sea consciente de su propia intrascendencia! Cada uno de nuestros hechos ha sido y será repetido millones de veces. Incluso "tu mirada". Que le vamos a hacer, no damos para más...

Anónimo dijo...

Quizás percibamos más detalles de la vida, cuando nos hagamos amigos de la muerte.Y al cerrar los ojos el paso fugaz no haya sido tan fugaz.

-=+.