04 octubre 2009

La culpa y la libertad

Hay una oración de la religión católica, el llamado “acto de contrición”, que dice: “yo confieso ante Dios todopoderoso [...] que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa [...]”.

Éste es uno de los infinitos ejemplos que ponen de manifiesto cómo de lo que se trata con la religión es de instaurar sistemática y perennemente el sentimiento de culpa en la conciencia de los hombres. Pero no sólo eso. Pecar “de pensamiento” se sitúa peligrosamente muy cerca de los llamados crímenes de pensamiento propios de los sistemas totalitarios, y no es casualidad que hace unos días se mentase aquí el sistema totalitario Iglesia católica.

Extendiendo al pensamiento el ‘pecado’ —recuérdese que, cuando la Iglesia controlaba y dominaba el poder civil, los pecados eran directamente crímenes, y como tal se juzgaba y ejecutaba, se asesinaba, a los pecadores, como ocurre actualmente con algunas teocracias musulmanas—, la conciencia del hombre que cree tales falacias permanece continuamente atormentada porque su naturaleza humana choca frontalmente con las reglas antinaturales que debe evitar para no caer en ‘pecado’. Nuestra naturaleza se dirige constantemente hacia ‘lo pecaminoso’, porque lo que la religión ha dado en llamar ‘pecaminoso’ es sencillamente un comportamiento natural en el ser humano: desde la mentira hasta la búsqueda de placer, todo acto codificado por la religión como pecado es un acto natural.

Al prohibirle comportamientos naturales, el individuo vive en una constante lucha consigo mismo. Las prescripciones religiosas calan tan hondo en la conciencia del hombre que éste está sometido a una tensión que sólo se resuelve de dos formas posibles: a) Asunción completa de tales prescripciones, que desde entonces se tendrán como reglas naturales e indiscutibles, con la consiguiente pérdida de su personalidad y de su identidad, pero en este caso la resolución de la tensión no es completa, pues la conciencia del sujeto sigue atormentada y confundida; b) Ateísmo, con la consiguiente liberación y recuperación progresiva de la personalidad y de la identidad propias del individuo.

El ateismo, pues, libera al hombre de las invenciones antinaturales, esquizofrénicas y delirantes de las religiones. Estas invenciones metafísicas, sin embargo, no sólo habitan en el mundo prerracional-mágico-religioso-ilógico, sino que se han instalado en el mundo civil, ¡en el mundo racional!, que las acepta y las fomenta, precisamente por el poder omnímodo que la religión ha ejercido durante tantos cientos de años sobre las sociedades, y porque al poder, a fin de cuentas, no le viene nada mal tener unos súbditos sumisos e ilusos.

El religioso, el creyente, es un hombre culpable —¡culpable hasta por nacer!—, mientras que el ateo es un hombre libre —libre hasta morir...—.

1 comentario:

Luis Mena dijo...

Invito a leer mi nota "Filosofías de vida versus religiones" en: http://editornoroestino.blogspot.com
Saludos.