No
se puede ya pensar que el espacio y el tiempo sean un telón de fondo inerte en
el que se desarrollan los sucesos del universo.
Brian Green
Apretó
el botón del artilugio para inaugurar los viajes en el tiempo con que habían fantaseado
los más prestigiosos escritores de ciencia-ficción, desde Herbert G. Wells
hasta Isaac Y. Asimov, y que habían intentado sin éxito muchos científicos
antes que él.
Pedro
Cortés llevaba treinta y seis años de soledad y de obsesión física y metafísica
recluido en su laboratorio subterráneo en un trocito de terreno perdido en
Sierra Morena, aislado completamente del mundo. Había estado investigando, a
costa de su cordura y de sus horas de sueño, las propiedades de la materia y
había conseguido domesticar y modelar las aparentemente indomeñables e
incomprensibles cuerdas, esas partículas indivisibles de que están hechas todas
las cosas, lo cual le había permitido manipular el continuo espacio-tiempo.
Había
pensado, inicialmente, en viajar cuarenta y dos años al pasado para volver a
ver a sus difuntos padres, pero decidió que, primero, sería mejor realizar un
desplazamiento temporal menos extenso, por eso empezó retrocediendo tan solo
medio segundo en el tiempo.
Para
comprobar que efectivamente se producía el retroceso arrojaría hacia el techo
una pelota de tenis, de manera que al pulsar el interruptor, antes de que
tocase el techo, debería asistir de nuevo al ascenso de la pelota.
Cuando
apretó el botón del artilugio para inaugurar los viajes en el tiempo, la pelota
desapareció durante unas milésimas de segundo y reapareció a escasos
centímetros de su mano, en pleno ascenso, de modo que su cara mostró, durante
una microscópica fracción de segundo, un júbilo inconmensurable; su expresión
cambió radicalmente en cuanto advirtió que su dedo volvía a apretar el botón, y
se encontró de nuevo medio segundo atrás viendo cómo subía la pelota y
apretando de nuevo el botón, de suerte que otra vez veía cómo ascendía la
pelota y apretaba inexorablemente el botón…
Con
una tristeza indescriptible por no haber viajado atrás cuarenta y dos años,
como había planeado al principio, y con un cabreo monumental por no haber caído
en la cuenta de que en medio segundo jamás tendría tiempo de detener la inercia
del movimiento ya iniciado de su dedo, que apenas estaba a dos centímetros de
distancia del botón, Pedro Cortés vivió, vive y vivirá inmerso en este bucle
temporal, en este viaje breve pero infinito.