17 enero 2020

Breve pero infinito


No se puede ya pensar que el espacio y el tiempo sean un telón de fondo inerte en el que se desarrollan los sucesos del universo.
Brian Green


Apretó el botón del artilugio para inaugurar los viajes en el tiempo con que habían fantaseado los más prestigiosos escritores de ciencia-ficción, desde Herbert G. Wells hasta Isaac Y. Asimov, y que habían intentado sin éxito muchos científicos antes que él.
Pedro Cortés llevaba treinta y seis años de soledad y de obsesión física y metafísica recluido en su laboratorio subterráneo en un trocito de terreno perdido en Sierra Morena, aislado completamente del mundo. Había estado investigando, a costa de su cordura y de sus horas de sueño, las propiedades de la materia y había conseguido domesticar y modelar las aparentemente indomeñables e incomprensibles cuerdas, esas partículas indivisibles de que están hechas todas las cosas, lo cual le había permitido manipular el continuo espacio-tiempo.
Había pensado, inicialmente, en viajar cuarenta y dos años al pasado para volver a ver a sus difuntos padres, pero decidió que, primero, sería mejor realizar un desplazamiento temporal menos extenso, por eso empezó retrocediendo tan solo medio segundo en el tiempo.
Para comprobar que efectivamente se producía el retroceso arrojaría hacia el techo una pelota de tenis, de manera que al pulsar el interruptor, antes de que tocase el techo, debería asistir de nuevo al ascenso de la pelota.
Cuando apretó el botón del artilugio para inaugurar los viajes en el tiempo, la pelota desapareció durante unas milésimas de segundo y reapareció a escasos centímetros de su mano, en pleno ascenso, de modo que su cara mostró, durante una microscópica fracción de segundo, un júbilo inconmensurable; su expresión cambió radicalmente en cuanto advirtió que su dedo volvía a apretar el botón, y se encontró de nuevo medio segundo atrás viendo cómo subía la pelota y apretando de nuevo el botón, de suerte que otra vez veía cómo ascendía la pelota y apretaba inexorablemente el botón…
Con una tristeza indescriptible por no haber viajado atrás cuarenta y dos años, como había planeado al principio, y con un cabreo monumental por no haber caído en la cuenta de que en medio segundo jamás tendría tiempo de detener la inercia del movimiento ya iniciado de su dedo, que apenas estaba a dos centímetros de distancia del botón, Pedro Cortés vivió, vive y vivirá inmerso en este bucle temporal, en este viaje breve pero infinito.

16 enero 2020

Khon Fu Shion


Jia Xin, ciudadana de Zhangye, en la provincia de Gansu, nació bajo el signo de la confusión y del espejismo, al igual que les ocurría a todos los ciudadanos de la República, pero no todos experimentaban plenamente los problemas que podía acarrear la astrología de su cultura, milenaria como el pequeño maestro, rígida como el junco y estratificada como los campos de arroz, por ello su vecino Hui Nang, monje budista del Templo de Dafo, publicó un opúsculo, escrito con pluma de ganso, donde prevenía sobre la necesidad imperativa de consentir la contradicción y la paradoja en aquellos ciudadanos que sufrían el conflicto irresoluble de sus tres signos del horóscopo.
Desde bien pequeña, Jia Xin tuvo serias dificultades para tomar la más mínima decisión. Por ejemplo, para ir a cualquier lugar (el jardín, la panadería, la escuela, el baño) dudaba entre seguir el camino del sur o el del oeste, y cuando se decantaba por uno se encontraba con una inexplicable reticencia a seguirlo porque una extraña fuerza en su fuero interno la empujaba hacia el norte, lo cual le ocasionaba incomprensibles pérdidas de tiempo e insufribles gastos de energía, así como alguna que otra caída, a lo que se añadía su irreductible negativa a dirigirse hacia el este, una dirección que jamás fue aceptada por sus pies.
Jia Xin se veía inmersa en un espíritu de caos y de contradicciones que se manifestaban especialmente en su carácter, que podía pasar del pacifismo más absoluto a la violencia más desatada, como atestiguaba el hecho de que, en primer curso de sus estudios primarios, el insolente Yun Zhe acabase con una pierna rota tras insultarla diciéndole que era una tozuda indomable como el cuarto caballo del Buda, mientras que la incorregible Zin Wei, que la llamó perra del Naraka, recibió, en cambio, un enorme abrazo y un beso fraternal en el sexto chakra.
Con el paso del tiempo y la acumulación de comportamientos erráticos, Jia Xin acabó ingresada en un psiquiátrico. Yun Zhe fue solo el primero de los trescientos treinta y tres ciudadanos de Zhangye heridos por la incongruente conducta de Jia Xin, que pasaba de la alegría más incontenible a la furia más inclemente y destructiva.
Diagnosticada con trastorno bipolar y esquizofrenia por uno de los médicos más prestigiosos de la provincia de Gansu, fue recluida durante el resto de su breve vida en el establecimiento local de salud mental, donde murió tres meses despues, a la edad de cuarenta y cinco años, al intentar cambiar de dirección cuando iba al baño: trastabilló, cayó al suelo y se abrió la cabeza.
Un año después de su muerte, Hui Nang reptó hasta el sanatorio y mató con su pluma de ganso envenenada al médico que encerró a Jia Xin por no tener en cuenta las enseñanzas del horóscopo, tal como las había predicado medio siglo antes en su opúsculo. Y es que Jia Xin, alegó Hui Nang en el juicio, nació el 2 de febrero de 1971 en Zhangye, bajo la combinación metal-perro; por la hora de nacimiento, su animal secreto era la rata y, debido a la longitud solar, su animal interno era el caballo, todo lo cual explicaba, de manera congruente y lógica, las incongruencias y los sinsentidos de la vida de Jia Xin.