Estimados señores ricos:
Me veo en la obligación de poner en su conocimiento una serie de hechos que determinan que el transcurso de sus vidas tenga lugar bajo el más cruel de los engaños.
Por su situación económica, familiar y social, ustedes tienen la costumbre de comprar en tiendas y comercios donde no acude el común de los mortales por los precios prohibitivos y tan altos que en tales locales tienen los productos que ustedes compran. El hecho de que ustedes compren en tales sitios responde a la más pura tradición, que ustedes continúan sin poner en cuestión ni mucho menos en tela de juicio.
Yo, hoy, les voy a dar una pista, para que vean por dónde les han conducido estos comerciantes ávidos de, como se dice vulgarmente, sacarles las perras y hacerse ellos ricos a costa de ustedes.
Ustedes, en ese afán por diferenciarse del resto de la humanidad, compran zapatos con diamantes, teléfonos móviles con diamantes, váteres con diamantes, bolsos con diamantes, consoladores con diamantes, ipods con diamantes...
¿Ven ya por dónde van los tiros? Ustedes están comprando prácticamente lo mismo que el resto del mundo, con la única diferencia de que las cosas que ustedes adquieren llevan diamantes pegados, lo que las convierte en cosas brillantes, resplandecientes, hecho que, a su vez, determina que haya gente no rica que, en su deseo de aparentar ser como ustedes, se compre cosas brillantes —baratijas, bisutería— que luce como si de una cosa con diamantes pegados se tratara.
Al igual que ustedes y ellos, también las urracas sienten una incontrolable atracción hacia las cosas brillantes y resplandecientes, con la diferencia de que ellas distinguen las apariencias y sólo toman las cosas brillantes en sí: no se les ocurriría coger un bolso con diamantes pegados, ni un zapato cubierto de bisutería, porque ni el bolso ni el zapato brillan, sino que sólo cogerán los diamantes y la bisutería y los guardarán como un viejo avaro y solitario de nariz larga y curva y ojos saltones, pues no olviden, señores, que a pesar de ser omnívoras, también comen las urracas carroña.
Tampoco olviden que los diamantes, por regla general, los extrae mano de obra explotada y barata, muy frecuentemente niños pequeños que caben por los agujeros asfixiantes de las minas; y tampoco olviden que si calentamos un diamante, éste se carboniza, y que si el calor es lo bastante intenso, arderá como el carbón, de ahí que haya gente que no necesite llevar diamantes ni simulacros de tales: tanta es su pasión y tanto el incendio de su ser que un diamante a su lado es mero carbón.