Ninguna religión es pacífica, pues todas ejercen una violencia brutal contra el cerebro humano, al que despojan de sus asideros a la realidad.
Al margen de ello, que no es poco, toda religión ejerce y ha ejercido una violencia física terrible para conseguir engrosar el número de sus adeptos, que primero se atrapan por la fuerza de la violencia y, después, por la fuerza de la costumbre.