Tras pasar la muerte creyendo que la vida iba a ser el momento más trascendente de mi existencia, nazco y descubro, tras vivirla, que estaba equivocado.
De la misma manera que el bostezo no tiene un significado más allá de la ralentización insustancial del tiempo, así la vida no es más que un mínimo paréntesis en el eterno transcurrir de la muerte, y no debe engatusarnos con la aparente vitalidad de sus galas: me deslumbraba por pensarla en relación con los otros, pero finalmente he comprobado que no se trata más que de un hecho fugaz y transitorio de una menudencia irreversible, y que lo realmente trascendente es el único hecho absoluto, estático y perpetuo de la muerte, tan solo alterado por la minúscula turbulencia del bostezo de la vida.
Que podía, si no, tener mayor trascendencia que tus uñas en mi espalda mientras la muerte me soñaba.