Pasaremos a la historia por nuestros actos. Si dentro de cincuenta o cien años aún quedan historiadores, y se han conservado kinescopios de lo emitido en una semana por las tres cadenas, encontrarán registradas, en blanco y negro o en color, pruebas de nuestra decadencia, nuestro escapismo y nuestro aislamiento de la realidad desde el mundo en que vivimos. Somos una sociedad opulenta, acomodada y autocomplaciente; adolecemos de una alergia innata a la información que nos perturba. Los medios son un reflejo de esta situación. Como no dejemos de considerarnos un negocio, y no reconozcamos que la televisión está enfocada básicamente a distraernos, engañarnos, entretenernos y aislarnos, la televisión y los que la financian, los que la ven y los que la producen, podrían percatarse del error demasiado tarde.
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He comenzado diciendo que pasaremos a la historia por nuestros actos. Si continuamos así, la historia se tomará la revancha y las consecuencias no tardarán en alcanzarnos. De vez en cuando conviene exaltar la importancia de las ideas y la información. Imaginemos por un momento que un domingo por la noche, un espacio normalmente ocupado por Ed Sullivan sea cedido a un análisis del estado de la educación pública, y unas semanas más tarde, un espacio utilizado por Steve Allen se dedique a un estudio exhaustivo de la política norteamericana en Oriente Medio. ¿Saldría la imagen corporativa de los patrocinadores perjudicada? ¿Montarían los accionistas en cólera y protestarían? ¿Qué otra cosa pasaría, más que unos millones de personas recibirían un poco de luz sobre temas que pueden determinar el futuro de este país y, por tanto, el futuro de las empresas?
A los que afirman: “La gente no nos vería, no les interesa, todo les da igual, sólo quieren evadirse”, sólo puedo responder que en la opinión de este periodista, existen pruebas que rebaten ese argumento. Pero aunque tuvieran razón, ¿qué tienen que perder? Porque si tienen razón, y este instrumento no sirve más que para entretener, divertir y aislar, el tubo catódico ya parpadea, y pronto veremos cómo la lucha está perdida. La televisión puede enseñar, puede arrojar luz, y sí, hasta puede inspirar; pero sólo lo hará en la medida en que nosotros estemos dispuestos a utilizarla con estos fines. De lo contrario, sólo será un amasijo de luces y cables.
Buenas noches, y buena suerte.
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Si ninguno de nosotros nunca hubiera leído un libro peligroso, tenido un amigo que era diferente o colaborado alguna vez por el cambio, seríamos la clase de personas que quiere John McArthy. Seguiremos adelante, porque el terror está en esta misma habitación.
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