Él había sido uno de los más grandes toreros de España, pero aquel día tuvo un accidente y murió. Como suele pasar después de la muerte, se reencarnó. Sin embargo, y esto no es frecuente, recordaba toda su vida anterior: su historia, sus triunfos, su fama, su gloria, su dinero. Cuando abrió los ojos —él todavía no sabía nada de la reencarnación, ni creía en ella— pensó que estaba o en el hospital o en el cielo: bienvenido fuera cualquiera de los dos sitios.
Pero nada más lejos de la realidad: veía una luz amortiguada, sentía un líquido viscoso y entonces le vino a la mente la imagen de un parto. Lo estaban pariendo. Sólo cuando cayó al suelo y miró a su alrededor comprendió que estaba en un establo, que su madre era una vaca y que él iba a ser un gran toro de lidia, y de la mejor ganadería, pues su madre tenía estampado al hierro sobre el lomo el sello de su familia.
3 comentarios:
Interesante microrrelato. Me gustó bastante. Aunque con moralina religiosa. ;-)
Un abrazo.
Me recuerda al pobre Acteón: metamorfoseado en ciervo pero consciente de su transformación, de sus pensamientos todavía humanos mientras sus amados perros lo devoraban...
Besos
--> Es cierto, no había caído en el parecido con Acteón... Éste devorado por sus perros y el torero de este microrrelato torturado y aniquilado por su familia...
--> No hay aquí moralina religiosa, sino justicia poética. Y recuerda que una cosa es la ficción (y la religión forma parte de la ficción: literatura fantástica de altos vuelos) y otra, la realidad. El problema empieza cuando no distingues una de otra, y confundes sus contenidos.
Publicar un comentario