Estimados y pusilánimes conciudadanos:
Ante vuestra ausencia de sangre;
ante vuestra incapacidad para desnudar y delatar la mentira;
ante vuestra capacidad para admitir toda norma impuesta por quienes han sido elegidos como representantes por apenas una cuarta parte y que, sin embargo, imperan de manera absoluta;
ante la consagración extremadamente distópica que está tomando el rumbo de esta sociedad donde ahora se premia incluso a quienes defraudan, porque ya se premiaba a quienes robaban, e incluso algunos asesinos han sido premiados por esta sociedad enferma y sádica;
ante vuestra memoria de pez;
ante vuestra creencia de que, como la historia informa sobre el pasado, no hay que mirar hacia atrás ni reprochar a ninguna persona ni a ninguna empresa nada de lo que hizo hace cinco años o hace quince siglos;
ante vuestra ignorancia supina;
ante vuestra ceguera absoluta;
ante vuestra sumisión radical;
no puedo sino declarar
vuestra indeleble derrota,
vuestro ineluctable fracaso,
vuestra inexorable indigencia,
vuestra infalible miseria,
que será perpetua y eterna en vuestros hijos y en vuestros nietos,
presentes y futuros esclavos financieros de un sistema económico en un mundo monetario donde el ser humano ya no es siquiera número, sino solo herramienta, instrumento o utensilio que sustenta con su trabajo el lujo y la pompa de los dirigentes dementes de este sistema esquizofrénico;
puesto que teméis infinitamente los mordiscos y los zarpazos de sus Perros Guardianes, a quienes dan el rimbombante nombre de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, pero que tan solo son mercenarios infectados por la Sarna y el Odio y la Rabia, Santísima Trinidad de esta Democracia;
ante vuestra corrupción: la del comerciante, la del empresario, la de todos aquellos que declaran sólo lo que quieren y tienen contabilidades negras, pues no verás racistas monetarios (sino todo lo contrario: los más célebres racistas aman el dinero negro, aman el engaño, lo que es tanto como decir que adoran expoliar a sus conciudadanos de aquella riqueza que garantizaría un bienestar máximo y absoluto para todos; pero también ante vuestros pequeños hurtos cotidianos, los de aquellos ciudadanos que trabajan para el Estado y se llevan un bolígrafo de la oficina o una caja de pañales del hospital, pues vosotros también estáis robándonos las victorias conseguidas);
ante la condición de vuestra humanidad,
me declaro antihumano,
profundamente antihumano,
pues qué tengo yo que ver con vuestra derrota,
con vuestra miseria,
con vuestra indigencia,
con vuestro fracaso.