01 diciembre 2006

Janis

Él roe. Duerme, come, roe. Roe y roe y roe y roe. Sus días no son, como los nuestros, de veinticuatro horas. Janis se despierta, olisquea, come, roe, mira y se vuelve a dormir después de haber estado despierto diez minutos, tres cuartos de hora o tres horas.

Puede dormir quince minutos, media hora o tres horas. Se despierta y olisquea, come, observa, corretea, escarba, bebe y vuelve a dormirse.

Puede dormir cinco minutos, cincuenta, dos horas o cinco. Se despierta y olisquea, come, bebe, corretea, excava túneles, galerías, arriba, abajo, se le desploma el serrín y vuelve a hacer otra galería, come, roe, roe, duerme.

Puede dormir tres cuartos de hora, diez minutos o tres horas. Se despierta y vuelve a empezar.

En una de esas en que está despierto (si está durmiendo es mejor no despertarlo porque se mosquea y, si le das el coñazo cuando duerme, te clava sus dos diminutos dientes superiores afilados como cuchillas), lo cojo y se pasea por mis manos, mis brazos, mis hombros, mi espalda, se pone de pie sobre mi brazo y olisquea, observa, se aferra con sus uñas, se asoma al precipicio y sopesa el salto. Salta como un canguro y cae sobre la cama, se pone en pie, olisquea, divisa y corretea olisqueando todo lo que encuentra. Lo cojo y lo devuelvo a su pecera de serrín, donde escarba, roe madera, roe cartón, roe piñas, roe su nombre.

Y los días se le pasan royendo y royendo y rorroyendo.

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