¡Es el Tedio! –Anegado de un llanto involuntario,
Imagina cadalsos, mientras fuma su yerba.
Lector, tú bien conoces al delicado monstruo,
– ¡Hipócrita lector –mi prójimo–, mi hermano!
Además de poeta, fue traductor al francés de, entre otros, el puto amo: Edgar Allan Poe, a quien tradujo al español Julio Cortázar, ese cronopio que nos recordaba que un reloj es el peor regalo que pueden hacerte, porque te recuerda que cada vez te queda menos tiempo de vida y que la muerte, inexorable, se te echa encima. Por cierto, recientemente me he enterado de que en las pedidas de mano (que todavía se siguen haciendo... Me quedé flipaó cuando me enteré: ¿A estas alturas de la historia todavía se hace eso?) la novia le regala al novio un reloj, sin duda porque serán unos famas.
Yo, de todos modos, como anoche no me dormí hasta las cuatro y pico (echaba de menos algún somnífero), hora calculada a ojo porque no tenía reloj, estuve pensando en dos conceptos a los que de vez en cuando me gusta darles vueltas: la nada y el infinito. Se te va la olla. Aparentemente son algo totalmente opuesto, y cuando digo “son algo” ya estoy falseando, porque la nada no es algo, pero tampoco es nada, porque “nada” ya es una palabra, y en “la nada” nada hay; decía que aparentemente son opuesto, pero desde una perspectiva convergen: son inimaginables, es decir, tú cierras los ojos y te pones a pensar en la nada:
- La nada, no hay nada, vacío, ausencia de todo, todo negro...
No. En la nada no hay vacío, porque el vacío ya sería algo. Tampoco hay ausencia porque ‘ausencia’ implica ‘falta de algo’, pero en la nada no falta nada porque nada hay. Y negro tampoco, porque el negro es un color y en la nada no hay colores. La nada tampoco es infinita porque simplemente no es, y al no ser no se puede imaginar. Se puede pensar en ella pero es imposible hacerse una representación de la nada en la mente. Te puedes imaginar un caballo con garras de gerbo, cola de serpiente, uñas de cabra, boca de pulga, patas de viuda negra, pelo de gato egipcio y todo lo que tú quieras, pero no puedes imaginarte la nada porque nuestra jodida mente no está preparada para representársela.
Con el infinito pasa lo mismo. Te pones a pensar y sí, lo puedes pensar porque haces una abstracción, pero intentas imaginártelo y se te va la cabeza. O sea, el número trescientos mil trillones cuatrocientos cincuenta y nueve mil es igual a cero con respecto a infinito, porque es imposible alcanzarlo. Y todo lo que imagines para representarte el infinito será igual a cero y no habrás conseguido nada, porque lo que te imagines será igual a cero con respecto a ese ocho acostado.
Así que nos seguimos quedando, como se lee por ahí arriba, en el burdel del delirio. Recordemos el poema "Pleamar" de Oliverio Girondo, de su libro Persuasión de los días:
Nada ansío de nada,
mientras dura el instante de eternidad que es todo,
cuando no quiero nada.