Qué puta la muerte.
A pesar de tan conocida,
cuando llega otra vez
nos destroza de nuevo,
muerte puta,
muerte cruel,
y nos deja en estado
de excepción
y de sitio emocional.
Y seguimos en la vida
con una vida menos
a nuestro lado:
porque se ha ido,
porque ya no está,
porque se lo ha llevado.
¡En cuántos entierros hemos estado!
¡Cuántos ataúdes hemos seguido!
En diez o en veinticuatro,
dos o cinco, no importa.
Lo seguimos llorando:
al que se va —que era padre
y marido, hermano, tío,
cuñado, primo, amigo—,
por los que se han quedado.
También nuestra vida se va acabando,
y algún día estaremos
nosotros en la caja,
pero eso... Eso no importa tampoco,
porque ese día no lloraremos,
ni al siguiente, ni al otro.