En la puerta de Boutique
encontré a las tres Gracias
una noche de verano
cuando los grillos cantaban
sus baladas al amor
y a la belleza sagrada.
No eran estas mujeres
cárites de Grecia clásica,
sino féminas modernas
que sobre un coche recreaban
la imagen que los artistas
de este mito dibujaran,
pero no de pie desnudas,
sino vestidas, sentadas.
encontré a las tres Gracias
una noche de verano
cuando los grillos cantaban
sus baladas al amor
y a la belleza sagrada.
No eran estas mujeres
cárites de Grecia clásica,
sino féminas modernas
que sobre un coche recreaban
la imagen que los artistas
de este mito dibujaran,
pero no de pie desnudas,
sino vestidas, sentadas.
Sus nombres no eran tampoco
Talia, Eufrósine y Aglaya,
ni tenían en sus manos
un velo o una manzana,
y siendo las situaciones
tan distintas por lejanas,
la esencia era la misma,
pues las mismas son las Gracias.
Yolanda, Eulalia y María
son los nombres de estas damas
que jugaban como ninfas
sobre el móvil derramadas
haciéndose algunas fotos
en el Centro de la Fama;
mas Mari, Lali y Yoli
gustan ellas ser llamadas,
sin saber que de esta forma
se evoca a las cortesanas
que adoraban los poetas
de las centurias doradas,
donde Fili, Lisi o Clori
son el centro de alabanzas
por el incendio en que arden
sus ojos como esmeraldas,
sus cabellos como soles,
sus bocas como granadas,
y por cómo les consumen
a los poetas el ánima
con sus silencios glaciales
y su altivez calculada.
Mas ni las cárites griegas
ni las doncellas romanas,
ni las Filis deslumbrantes
ni las Lisis soberanas
alcanzan la cegadora
belleza de estas tres Gracias
de curvaturas modernas
y de miradas ingrávidas
que hipnotizan inconscientes
y me secuestran el alma.
Lali es la morena hembra
que alumbra mis madrugadas
y me sentencia a un destino
de volcanes y de lava:
con el fuego de sus ojos
sin piedad mi ser arrasa,
como un huracán de estrellas
que me enterrase sin pausa
en un abismo de luz
y de lujuria hierática,
y encendiera mis carnales
y mis telúricas ansias
de ser un hombre de barro
que entre sus manos se abrasa.
Yoli es la reina que rubia
ilumina mis mañanas
con la alegría divina
que su melena devana:
sus cataratas de oro
y de pasión desbocada
embotan toda razón
con sus tenaces fragancias,
dejándome a la deriva
en la voluptuosa magia
de sus piernas tentadoras
vestidas con minifalda,
promesas de paraísos
donde el olvido naufraga
y el placer nace puro
y dulce como palabras
que sus labios desbordantes
en susurros pronunciaran.
Mari es la diosa más pura
que mito alguno creara:
su cuerpo hecho de auroras
y de dulces añoranzas,
sus mejillas de relámpagos
y de miel ruborizadas,
sus ojos de mil deseos
y de lascivas galaxias,
sus manos acogedoras
llenas de amor y de
magma,
toda ella un universo
de insomnios y de alboradas
que se expande lentamente
y mi júbilo desgrana,
dejando un rastro de besos
en un sendero de lágrimas
que niega toda agonía
e inunda todo de gracia.
He aquí las tres mujeres
(dos de ellas son hermanas)
que una noche de verano,
mientras la luna soñaba
trazando en el cielo abierto
setenta estelas de plata,
sin saberlo se encarnaron
en las tres míticas Gracias,
pero ahora postmodernas
y más griegas que romanas,
y me hicieron prisionero
entre sus labios de ámbar,
entre sus risas de musas
y entre sus uñas de nácar.
Dejad que solo la muerte
me secuestre enamorada
y me aparte eternamente
de estas tres damas.
Dejadla,
cuando los grillos nocturnos
se olviden de sus baladas.