Hace once años se enteró de que
reírse prolongaba la vida. Fue una tarde de esas en las que no esperaba nada,
el cielo estaba nublado y pensaba pasársela acurrucado en el sofá viendo alguna
película, tapado con la manta, pero a eso de las cuatro y media lo llamó su
amigo al interfono, Oye, vente a tomarte
un café aquí abajo, que te tengo que contar unas cosas, así que él bajó y,
entre otras muchas cosas, como que Beatriz, la Doctora, que estaba terminando Medicina en
Granada, pensaba especializarse en neurología, o como que a Juanillo, el Rasta, lo habían
visto la semana pasada por Lisboa con su espectáculo de funambulista, o como que Ana, la Vecina, iba a ir a un concierto de reggae el viernes siguiente, de reggae, Edu, de reggae, ya sabes lo que hacen allí, tío, eso le dijo, o como
que Charo, la Fumeta, le había dicho que le preguntase que a ver cuándo la invitaba a tomar unas cervezas, pero que ya sabía, añadió él, que lo de las cervezas era un decir, una excusa para conocerlo mejor, para estudiarte mejor, Edu, ya sabes que te va a estudiar, tío, la Charo es así, eso le dijo; entre
esas y otras muchas cosas, también le dijo que había leído en el periódico que los
científicos de no sabía qué universidad de por ahí, de Inglaterra o Alemania, o de Estados Unidos, habían confirmado que reírse alarga la vida.
—¿Pero cómo…? —Le preguntó pálido, casi incrédulo, a su amigo.
—¡Quién sabe,
Eduar, quién sabe! Pero dicen que puedes vivir no sé cuánto tiempo más según
cuánto y cómo te rías, depende de la duración, la intensidad, la energía, el
timbre, fíjate, a mí se me ha quedado la frase esta: hay una relación directamente proporcional entre el tiempo de risa empleado y el tiempo de vida ganado, ya sabes, terminología científica, tío, pero es así, Edu, la vida es así de
asombrosa.
Y él no salía de su asombro, pues
acababa de tomar consciencia plena de que, riéndose, podría ser inmortal, así
que desde entonces no ha dejado de reírse salvo para lo indispensable: dormir y
comer, pero últimamente se le ha visto comiendo con la boca abierta, o más
precisamente riéndose mientras come, y hay quien afirma que ha aprendido a
hablar en sueños, y que lo que dice le provoca continuas carcajadas.
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*Nota.— Quizá piense el lector, dada su inclinación a pensar de esa manera, que
quien afirma que Eduardo ha aprendido a hablar en sueños es alguna mujer con quien haya podido compartir lecho. Se
equivoca el lector. Quienes tal afirman son los vecinos del 5ºB, del 5ºD, del 4ºC
y del 6ºC. Listillo.
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