Por lo común,
la poesía tiende a sublimar la realidad, pero hay momentos en que la realidad
es tan sublime que no puede ser sublimada: ni por la poesía, ni por la música,
ni por nada, tan solo por otra mirada suya, por otra caricia de sus manos, por
otro beso u otra palabra nacidos de sus labios.
En tales
momentos, la poesía solo tiende la ropa y deja que se seque mientras contempla
cómo el sol y otras estrellas exhalan el humo del último suspiro.
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