18 enero 2007

Uñas

Nuestras uñas alcanzan a veces proporciones desmesuradas. Nos acariciamos la espalda con la mano siniestra y, casi sin advertirlo, atravesamos nuestros pulmones con una delicadeza propia de felinos. Es en ese preciso momento cuando nuestros respiraderos entonan un silbido agónico que nos conduce a la dársena de la muerte.

Una vez muertos y bien enterrados, nuestras uñas siguen creciendo y alcanzan unas dimensiones de ultratumba. Sentimos entonces que nos acarician la espalda con una delicadeza propia de gusanos. Estas caricias nos sumergen en un sueño tan vívido que tenemos la sensación de que un gusano con uñas está paseando por nuestra espalda.

Este sentimiento nos provoca una repulsión tan inabarcable que despertamos del sueño con la espalda empapada de un sudor frío como la muerte, que todavía está en nosotros porque sólo hemos despertado del sueño que soñábamos. Aún estamos muertos y bien enterrados, pero nos vemos incapaces de volver a despertar.

Y es que se está tan a gustito bajo las sábanas, entre paredes de roble, envueltos en la mortaja, rasgando con nuestras uñas la puerta de madera...

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