Por más que insistió, fue incapaz de abrir aquel bote de banderillas picantes. Recordó el truco de la cucharilla, así que cogió una, hizo palanca en la ranura que quedaba entre la tapa y el cristal y, tras tres intentos, escuchó el plop del vacío al liberarse de sí mismo.
Empezó a comer banderillas, una tras otra, a una velocidad pasmosa, engulléndolas enteras: el pepinillo, la guindilla, la aceituna, el pimiento y la cebollita, todo junto, todo dentro de su boca, que masticaba y tragaba, masticaba y tragaba, así hasta doce veces. Mientras se atiborraba a banderillas pensó en el plop del vacío al liberarse, porque aquel sonido era el sonio del vacío al liberarse de sí mismo y diluirse en... Aquí su pensamiento se paraba y vacilaba, aunque su boca siguiera masticando y engullendo, pues no le parecía bien que el contrario del vacío fuera “el lleno”, o “lo lleno”, aunque en rigor lo era: el antónimo de vacío es lleno, eso lo sabía hasta un niño pequeño, de hecho él lo estudió quizá en tercero de E.G.B., pero no sabía hasta qué punto ese vacío que había dentro del bote de banderillas antes de abrirlo era realmente un vacío: allí tenía que haber algo, porque, de no haberlo, en aquel vacío estaría entonces contenida la nada, pero la nada era inconcebible, nunca nadie la había visto ni nunca nadie la vería, de modo que en aquel vacío del bote de banderillas no podía haber nada. Como su pensamiento se enredaba y se arrinconaba, mientras su boca seguía masticando una banderilla con un trozo de pepinillo enorme, se dirigió a las estanterías de la habitación y cogió el diccionario. Resultó que vacío significa, entre otras cosas, espacio carente de materia. Esto le confirmaba su primera intuición, pues la nada no puede ni siquiera estar en un espacio, pues un espacio ya es algo, aunque carezca de materia, pero ya es un espacio.
Dejó, con una nueva mancha, el diccionario en su sitio y regresó a la cocina. Cogió la última banderilla y se la metió entera en la boca abierta, que inmediatamente cerró, y tiró del palillo en que estaban ensartados el pepinillo, la guindilla, la aceituna, el pimiento y la cebollita. Masticó y, entretanto, abrió una cerveza con el mechero, haciendo palanca con su mano, y entonces volvió a escuchar el plop del vacío, y pensó que qué más daba no saber qué diablos era aquello del vacío, porque las cosas al vacío estaban realmente buenas. Nada más tener este pensamiento dejó el casco vacío de la cerveza sobre la encimera y eructó. Entonces, concluyó, éste debe de ser el eco del vacío.
3 comentarios:
Coño, vaya sorpresa. He llegado aquí de casualidad y me he encontrado con este microrrelato. Interesante. Volveré
Igual te has equivocado de casualidad, porque esto de microrrelato tiene poco...
la acepción de la palabra vacio...es la ostia.
y cuando te hacen el vacio?'
saludos..desde el vacio..
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