(1905. Parigi. Arresto di un anarcosindicalista durante un sciopero.
Lo sghignazzo della classe operaia)
(Martín Caparrós: Amor y anarquía. La vida urgente de Soledad Rosas. 1974-1998, Buenos Aires, Planeta, 2003, p. 218)
«Quizá sea cierto que escribimos o leemos una biografía para entender a una persona o un momento, para desentrañar marañas de una vida, mensajes de una muerte, por compararnos, divertirnos, reconfortarnos con los males del mundo si parecen lejanos. Y entonces qué. Me preguntaba: ¿qué importa si su padre tal, la madre esto o aquello, ese colegio, si aquella tarde no llovió? Y sospechaba que escribir una biografía equivale a rendirse ante la tentación de imponerle un sentido a algo que no suele tenerlo: que no se toma el trabajo de tenerlo. La vida es, antes de ser relato, una avalancha. Y, salvo unos pocos, raros pocos, nadie vive para construir el relato de su vida: solemos estar tan ocupados, sobrepasados de vivirla. Me preguntaba entonces, escribiendo estas páginas, armando este relato de esa vida: ¿con qué buena razón? ¿Con qué derecho?» (pp. 33-34)
«Me preguntaba cómo se arma una vida. ¿Con qué pequeños datos y grandes decisiones se va trazando ese retrato que, alguna vez, será lo que quede de esos años? ¿Piensan los hombres, las mujeres en el dibujo de sus propias biografías cuando toman ciertas decisiones, determinadas vías? ¿O sus vidas más que nada les suceden, se transforman en su historia cuando ya son historia, cuando no hay mucho que se puede cambiar salvo el relato? Me preguntaba: ¿Quién arma cada vida?
Me lo preguntaba sin saber la respuesta, sin saber si la respuesta me sirve para algo: sin respuestas.» (pp. 40-41)
«Me pregunto qué podemos llamar “un camino”. Y me pregunto, ahora, ante estas líneas, cómo y para qué dibujar ese camino. Si tiene sentido cristalizar una vida si aceptamos –si es que aceptamos– que una vida está hecha de cambios como el tiempo está hecho de futuros. Y me pregunto, sobre todo, a esta altura, qué le preguntaría si pudiera […] y que, por momentos, contesto en su lugar.
[…] Y después me pregunto si serían importantes sus respuestas. ¿Aceptaría que cada cual tiene sobre sí mismo derecho a la respuesta? ¿Que el relato que vale es el que uno se inventa? Dudo: mi relación con ella es fatalmente unívoca. No habrá preguntas, sólo algunas respuestas lo bastante confusas. Pero hay algo más raro: con todas las dudas, con todos los reparos, terminaré por dibujar una imagen de ella que conocerán muchos más que los que la conocieron de verdad. ¿De verdad? ¿O debería decir en carne y hueso? ¿O debería decir en realidad, en la realidad? ¿O debería callarme?» (pp. 55-56)
«Me pregunto de nuevo qué le preguntaría -si la encontraa, si pudiera encontrarla-, qué le preguntaría. Que es como preguntarme: de todas las ignorancias, ¿cuál es la que más fuerte me amenaza? Porque sé que mis blancos serán los blancos de ella: mis ignorancias, vacíos en su vida. Temo ese azar: el descontrol de lo que pueda saber o no saber, la casualidad escribiendo no sólo una vida: también el relato de esa vida. Aunque me consuele pensando que llegaré a saber lo decisivo, aunque lo intente, me queda todo el tiempo aquella duda: ¿cómo saber que no se esconde, en alguna ignorancia, una clave perdida, la que le daría por fin a todo su sentido? Y me río al ver que sigo pensando, todavía, sin querer, que todo tiene uno.» (p. 81)
«¿Qué transforma las vidas? ¿Qué hace que de pronto todo cambie? Minucias, supongamos; un viejo barbudo que dice vayan a tal parte porque acaba de recordar que justo allí, la mirada de un chico que hace temblar las piernas de una chica, la espera de una palabra que no llega si otra la reemplaza, la lluvia que te cambia los planes poco antes y entonces sin ella nunca te habrías cruzado con aquel, un libro que te destella con sus tapas rojas, el coche que dobla donde no debiera, el terror de que nada está trazado: la sucesión de los azares, las tentativas laboriosas de darles un sentido, la tontería, la cobardía de precisar que tengan un sentido las decisiones que se toman, después de los azares. Más azares.» (p. 118)
(Martín Caparrós: Amor y anarquía. La vida urgente de Soledad Rosas. 1974-1998, Buenos Aires, Planeta, 2003)
Por su parte, la Universidad de Murcia ha explicado a este diario que la apertura del expediente al profesor responde únicamente al incumplimiento del contrato firmado por el denunciado y descartan que tenga algo que ver con la publicación de su libro. La denuncia ha sido interpuesta por absentismo laboral. Fuentes de la Universidad aseguran que intentaron comunicarle directamente a Penalva que iba a ser expedientado y ante la imposibilidad de contactar con él, se procedió a publicarlo en el Boletín Oficial de Murcia.
Fruto de esos desencuentros entre profesor y universidad, el centro ya trató de expedientar a Penalva sin éxito con la apertura de un proceso que quedó en nada. “Se trata de hacerlo con hechos falsos. Se me abrió un expediente con un escrito de varios alumnos a los que el director de mi departamento engañó para que lo hicieran. Logré demostrar que todo era falso y está denunciado, con pruebas y datos, en la vía penal”.» [via El confidencial]
«[…] al final nos daremos cuenta de que la represión de la mujer en la historia, el ocultamiento de su protagonismo, forma parte de los errores, tópicos y obcecaciones de la humanidad y también de la ciencia.
Entre los arquetipos femeninos sin duda la bruja es de los más importantes. Personaje ligado al mal desde tiempos inmemoriales, la bruja tuvo en nuestra civilización cristiana occidental un protagonismo y una interpretación muy singular en los años finales de la Edad Media. Hasta entonces dominaba en la sociedad la idea de san Agustín (Agustín de Ipona), que venía a considerar cualquier acontecimiento en el mundo como obra de Dios. A partir del siglo XIII, santo Tomás de Aquino afirma que el demonio puede, y de hecho interviene, en los acontecimientos de este mundo. Fue entonces cuando la bruja, la curandera, la mujer que sufría cualquier trastorno de conducta que la hacía diferente, pasó a ser una aliada del demonio en su lucha por destruir la cristiandad. Entre los años 1450 y 1750, más de 110.000 mujeres fueron procesadas y 60.000 fueron ejecutadas sólo en Europa. ¿Qué hicieron para merecerlo?
La bruja es uno de los arquetipos femeninos más conocidos de la mitología popular. Todos tenemos en la cabeza la imagen de una mujer fea y malvada que prepara extrañas pociones y tiene tratos con el diablo, pero ¿de dónde viene esta imagen? Agustí Alcoberro, profesor de Historia en la Universidad de Barcelona, nos ayudará a descubrirlo. “El estereotipo de la bruja es el de una mujer vieja y sola que se congrega en unas reuniones llamadas aquelarres. El sistema de reunión es siempre el mismo. Las brujas llegan cabalgando a lomos de sus demonios, normalmente en forma de cabrones, aunque también pueden volar con escobas. Una vez reunidas, llega el demonio en forma de caballero o también de gran cabrón, y es adorado. Pero todo en un aquelarre funciona invertido, al revés. La adoración al diablo consiste en besarle el culo [el llamado beso negro u ósculo infame]. Luego se produce una orgía colectiva en la que el diablo copula con todos y todas los asistentes, pero siempre por detrás, y cuando llegan al paroxismo, las brujas se untan con sus ungüentos, vuelven a volar y entonces es cuando producen todo tipo de maldades”.
Es bastante probable que el origen de este mito esté en el miedo. El miedo que las mujeres sentían a sus propios conocimientos. Desde la Prehistoria, mientras los hombres volcaban sus esfuerzos en actividades como la caza y otras ocupaciones externas, las mujeres, recluidas en sus cuevas o al menos siempre cerca y al cuidado de las crías, se volvieron expertas en el conocimiento de las plantas. Este conocimiento, que pasaba de mujer a mujer, llegó a convertirse en una especialización que perduró hasta la Edad Media. “Algunos ámbitos del saber popular correspondían esencialmente a las mujeres, incluso de manera monopolística. Eran las encargadas de traer los niños al mundo, las parteras, y, por tanto, las que conocían los remedios de grandes males, las curanderas”.»