Hoy es el aniversario de la muerte de William Golding, conocido sobre todo por su libro El señor de las moscas, al que hicieron un homenaje los Maiden con su tema Lord of the flies.
La cuestión, más o menos, es la siguiente: el ser humano, como ya advirtiera Hobbes, es un lobo para el hombre, un depredador innato. Si en situaciones cotidianas, normales, el hombre puede llegar a ser un auténtico devorador de hombres, un ser rastrero y abyecto, qué no podría llegar a hacer en una situación inédita, excepcional.
Golding lo plantea situando al símbolo de la inocencia como eje del desarrollo narrativo: conforme va girando el eje, el símbolo se corrompe. Los niños, que antes de llegar a la isla eran civilizados, se convierten en monstruos, símbolo de la barbarie, y la cabeza de jabalí se erige en su ídolo. Manadas de niños luchan con piedras y palos contra manadas de niños: se persiguen, se asedian, se cazan, se hieren, se matan. Se degradan. ¿Se degradan? Sacan a flote su esencia y sus instintos innatos, al Diablo que llevan dentro.
La realidad, en cambio, nos demuestra que no hace falta llegar a situaciones extremas para que el hombre se conviertan en un monstruo que persigue, asedia, caza, hiere y mata a otros hombres.
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