Yo estaba en la sala de espera del ambulatorio. Había mucha gente haciendo lo mismo que yo: esperando, con la diferencia de que ellos esperaban a que los recibiera el médico y yo, a que saliera un paciente que ya había sido recibido. Cloc (cloc), cloc (cloc), cloc (cloc), cloc (cloc) (entre paréntesis, el eco). Ruido de tacones. A las nueve de la mañana, una chica de unos treinta y pico vestida para una boda veraniega, con el agravante de que no iba a ninguna boda, sino a alguna consulta. No soy yo de fijarme mucho en la ropa que lleva la gente, pero como ya había oído el ruido, miré al suelo: tacones de unos veinte centímetros.
-¡Uy, cuánto tiempo! -le dice, con un tono de ossea, ssabess..., a otra chica que estaba esperando sentada-. Blablablá -esto no lo he oído-, y que te vaya muy bien si no nos vemos antes -antes de que pariera, he supuesto, puesto que estaba esperando en la puerta de ginecología-.
Inmediatamente después se ha dado la vuelta y ha saludado a otra chica, pero ya no estaba yo pendiente de ellas, sino de él. Él permanecía a unos cinco metros de distancia, con su barba blanca y su blanca calva, tanto o más alimentado que el clero y la nobleza en la época medieval, bien adornado con anillos de oro y grueso reloj áureo; todo él era el reflejo de la luz en sus joyas y un bronceado apócrifo: no de baño de sol, sino de soledad de máquina.
Me ha dado por reírme. La señora mayor que estaba sentada frente a mí me ha mirado como diciendo: ¿qué se habrá fumado éste a estas horas de la mañana? No es que me hiciese gracia: es que me daba pena. El tipo, cuya edad aún no he revelado, aguardaba a unos cinco metros (ya me estoy repitiendo) como quien espera a que su perro vuelva de mear del árbol. La tipa, unos treinta años más joven que el tipo (aquí me he acordado de lo que escribió recientemente Lola Gracia y de estas casualidades típicas que, no se sabe por qué razón, ocurren: oyes hablar de un libro del que jamás habías tenido noticia y al día siguiente te lo encuentras tirado en un banco del parque; lees sobre esos matrimonios temporalmente descompensados y al cabo de dos días te tropiezas con uno en la sala de espera del ambulatorio); decía que la tipa, unos treinta años más joven que el tipo, sonreía con una sonrisa de falsa felicidad, como diciendo: Él tiene tanto dinero, chica..., y nada más.
2 comentarios:
poderoso caballero, je,je.En fin, a veces los apaños salen bien...otras...
Mujeres que van detrás de empresarios hay unas cuantas que todos conocemos, les doblan la edad y no pasa nada. Dinero a cambio de sexo. Cuando hay un contrato por medio la prostituación se convierte en matrimonio.
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