Cada vez que encendemos un cigarro, comenzamos los preparativos para nuestra muerte. Se nos podrá acusar de imprudentes, pero no se nos podrá negar alevosía y premeditación.
Girar la ruleta del mechero es como sacar la cuchilla de su funda de papel blanco, o empujar hacia delante la hoja del cúter.
Cuando prendemos fuego al cigarro, acercamos el filo a nuestro brazo, y la primera bocanada es apoyar la cuchilla en la muñeca, perpendiculares cuchilla y muñeca.
Con la segunda calada ya estamos apretando, empujando, hundiendo la hoja en nuestro cuerpo.
Consumida la mitad del cigarro, media cuchilla se sumerge en la laguna de nuestra muñeca, cortando carne, sajando venas, bebiendo sangre.
A dos escasos centímetros del filtro del cigarro, ya la cuchilla sale casi entera por el otro extremo de la muñeca, cortadas las venas, sajada la carne, vomitando sangre.
Y sólo entonces, cuando yacemos tendidos, con la mirada ausente, las manos inmóviles, encharcado el suelo, sólo entonces se apaga el cigarro.
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