Esta vez sí, el Ferrari del que nos vamos a ocupar es el de los coches potentes, no la de los pechos gigantes. Hace diecinueve años que murió Enzo Ferrari, el fundador de la famosa escudería de carros que, tirados por un montón de caballos diminutos que se esconden en el capó, alcanzan unas velocidades importantes, si concedemos importancia a la posibilidad de circular a 350 ó 400 km/h, como hacen algunos niños ricos en las famosas carreras que programan por la autovías europeas poniendo en peligro la vida del común de los mortales, y téngase en cuenta que el hecho de que tengan treinta o cuarenta años no obsta para que sigan siendo niños.
Hemos dicho que los caballos tienen que ser diminutos. En nuestra opinión, se trata necesariamente de hipocampos. De lo contrario no nos explicamos que quepan trescientos o cuatrocientos caballos dentro del motor del coche. Esto obliga a los fabricantes a tener inmensos acuarios destinados a la cría de caballitos de mar, puesto que, después de recorrer un determinado número de kilómetros, los caballitos que han estado impulsando el coche con sus movimientos tendentes a producir energía hidráulica mueren, de donde surge la necesidad de reemplazarlos por más caballitos de mar.
Poco conocido es el mundo de explotación y tortura animal que subyace en los entresijos de la mencionada escudería. Allí se llevan a cabo experimentos con los caballitos de mar, unos experimentos cuya finalidad es una mejora de la especie en lo que a tamaño y potencia se refiere: interesa conseguir caballitos de mar más pequeños y más fuertes y resistentes, para que en el depósito de los caballitos quepan más y puedan producir más energía hidráulica con la que el coche consiga una mayor potencia, una potencia que, a tenor de las investigaciones del Doctor Freud, indica una clara carencia en la infancia del propietario del coche que se traduce en una actual impotencia general (decimos ‘general’ para ser políticamente correctos y lingüísticamente abyectos, dada la ferviente sustitución a la que asistimos en los últimos años del término ‘sexo’ por ‘género’).
La figura del caballo, por lo demás, es sintomática en este mismo sentido. A pesar de que el símbolo de la escudería sea un caballo, ya hemos demostrado que en realidad se trata de un hipocampo genéticamente mejorado, pequeño, muy pequeño, lo que no podemos sino poner en relación con el tamaño del género del conductor.
Acojámonos, para terminar, a nuestro rico refranero, y pongamos en relación a los dos Ferraris, recordando que tiran más dos tetas que dos carretas, aunque a veces sean las carretas las que tiren de las tetas:
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