Aquí reproduzco un fragmento de un mensaje que me envió hace unos días mi amigo D**** en respuesta a uno que yo le envié a propósito de un libro:
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Desgraciadamente hoy no he podido consultarlo. Cosas de la vida. El catálogo, allí donde deben estar los libros antes de ser manoseados, se había caído. La informática, una vez más, ha hecho una de las suyas. No es que yo eche de menos los catálogos manuales. Eran útiles, a veces, en la sesuda búsqueda de un libro, por autor. Eran inútiles en la búsqueda por palabras, aunque algunas bibliotecas -no la nuestra- disponían de este tipo de fichas, lo que hacía de la búsqueda de un libro un trabajo de chinos. De ahí la utilidad de las bibliografías. Cuántos profesores, antes de la informática, han encargado a sus alumnos como tema de tesina una búsqueda bibliográfica sobre uno u otro tema, que luego se transformaría en uno de sus temas de investigación.
La informática ha hecho desaparecer gran parte de estos problemas. Ha hecho nacer, además, una nueva generación de bibliotecarios que transcriben sin saber, en ocasiones, los catálogos bibliográficos que vienen tras las primeras páginas de los libros. Apenas quedan libreros de los de antes. Pero no vengo a recordar viejos tiempos, ni tampoco a echar de menos la desaparición de los catálogos manuales. Aunque la búsqueda manual te dotaba de una comprensión que el catalogo informático ya no te da: la conciencia del inmenso mundo de los libros. Y es ahí donde quiero llegar.
Los alumnos no usan libros porque desconocen lo que son. Los profesores únicamente enseñan por apuntes y no quieren saber nada más. Para cuándo profesores que comprendan que el saber enseñar no consiste en resumir y deglutir para que el alumno apruebe, sino para que éste aprenda a desbastar, a lijar, a pulir, a extraer lo interesante, que no siempre coincide con lo que ha visto o vio en su día el profesor que, hoy, por ayer y siempre, maneja los mismos apuntes, sin saber que las cosas también cambian o mejoran, o permanecen. Para cuándo enseñarán a hacer una bibliografía, a manejarse con ella, a distinguir lo que importa y lo que no, y en el caso de una disciplina o una materia a trazar, aunque sea mal, un estado de la cuestión: una sucesión de autores contrapuestos y de ideas que enriquezcan su acervo y le den perspectiva para entender el mundo. En cambio, hoy, cada vez más, las humanidades se han transformado en una mera reiteración de lugares comunes sancionados por los apuntes de un profesor que, en la mayoría de los casos, no acepta otra visión que no sea la suya. Al final hemos convertido la universidad en una extensión de la secundaria, y no cabe echarles la culpa a los otros. La tienen ellos.
Hay que joderse.
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