Reconozco que nunca he pasado por la fase de 'creyente no practicante'. Desde mi más tierna infancia fui educado en la creencia y práctica, hasta que advertí las múltiples incongruencias y me consideré escéptico, periodo igualmente de ceguera en el que estuve sumergido muchos años hasta que advertí lo absurdo y lastrado de esa posición y me di cuenta de que la única opción válida, lógica y coherente es el ateismo: el reconocimiento radical y sin concesiones de que no existen ni dioses, ni espíritus, ni almas, ni vidas ultraterrenas. No existe ni la posibilidad de los dioses, que es lo que se plantea el escéptico: puede ser... No. Esas entidades sólo existen en la ficción. En el mundo real no existen ni pueden existir, y el hecho de que mucha gente crea en ellas no les dota de existencia.
Pero, como decía, nunca fui un creyente no practicante. Los caminos habituales en la inmensa mayoría de personas son:
1/ Los creyentes practicantes: desde su más tierna infancia son educadas en una creencia religiosa y así permanecen durante toda su vida, incapaces de cuestionarse nada, no porque no quieran, sino porque no pueden: tan fuerte es el peso de la educación religiosa que bloquea los mecanismos cerebrales para enfrentarse críticamente a las creencias recibidas por herencia familiar y cultural, y en un intento por ser coherentes con su creencia, practican los ritos que se les dice que deben practicar para conseguir el favor divino y disfrutar del paraíso cuando mueran.
2/ Los escépticos o agnósticos: igualmente educadas desde su infancia en una creencia religiosa, llega un punto en que advierten lo incongruente del discurso, pero son incapaces de tomar consciencia de la propia incongruencia del discurso del escepticismo.
3/ Los creyentes no practicantes: educadas de la misma manera en una creencia religiosa desde su más tierna infancia, llega un momento en que se cansan de seguir los ritos que exige la creencia: de ir a las celebraciones litúrgicas, de rezar, de ayunar, de confesar sus pecados, de amar al prójimo, de poner la otra mejilla, de despreciar los bienes materiales (como fácilmente advertirá el lector, los creyentes practicantes también ignoran muchas de las obligaciones que les impone su creencia: hay incluso creyentes practicantes católicos que cometen genocidios y se quedan tan panchos, aunque como luego pueden confesarse limpian su conciencia y empiezan de cero, como si no hubiera pasado nada: qué gran truco, la confesión. También hay que tener en cuenta que la propia Biblia no sólo autoriza sino que exige el genocidio de aquellos pueblos que profesen una religión equivocada; el Corán incide en la imposición de la misma obligación). Cansados de los ritos y de adecuar su vida a las exigencias de los libros sobre los que se articula la creencia, se proclaman creyentes no practicantes. Quiere esto decir que creen que creen, pero no practican lo que creen. Sí, no he repetido dos veces lo mismo: creen que creen: creen creer, y creen que con creer es suficiente para... ¿Para qué? Esto no se sabe muy bien, porque dentro de la creencia está la suposición de que para la salvación hay que cumplir unas normas, que no son pocas, y hoy no están todas las que fueron porque se consideran delitos, y muy graves; creen que con creer es suficiente, pero no saben explicar por qué, porque los porqués dentro del pensamiento religioso no tienen mucho sentido: se limitan a un porque sí o a un porque no, igual que los porqués que se ofrecen como respuesta a las preguntas de los niños pequeños:
— Papá, ¿por qué no puedo?
— Pues porque no — y el “porque no” tiene en su tono unas aspiraciones de evidencia tales...
¿Por qué cree que cree el creyente no practicante? Porque la fuerza de la educación es bestial. Durante los primeros años de su vida, digamos diez o doce, ha recibido, en mayor o menor medida, una educación altamente religiosa. La sociedad y la cultura en la que se ha educado son igualmente fuertemente religiosas. Todo está lleno de iglesias. El calendario que marca su vida transcurre entre fiestas religiosas, las vacaciones en su mayor parte son a simple vista debidas a motivos religiosos, asiste a ritos religiosos en bautizos, comuniones, bodas y funerales: la vida desde su principio hasta su final marcada por acontecimientos religiosos. El creyente no practicante, sin embargo, no es no-practicante de forma absoluta: se casará siguiendo ritos religiosos, y hará lo mismo con sus hijos, por la más pura y absurda inercia, pero esto no es exclusivo del creyente no practicante: encontramos escépticos que siguen los ritos religiosos y se casan por la iglesia para no desagradar a sus parejas o a sus madres o a sus suegras; incluso encontramos a algunos que se dicen ateos y se casan por la iglesia por los mismos motivos, y la iglesia los recibe en su seno encantada de ingresar las dádivas correspondientes. Y luego bautizan a sus hijos, para que puedan hacer la comunión al cabo de ocho años con los demás niños... Ya, desde que les nacen sus hijos, han planificado sus vidas. Entonces los hijos siguen las vidas que sus padres planificaron.
El cacao mental que genera la religión es devastador. Es apabullante el número de personas que piensa unas cosas y hace las contrarias por el dispositivo que durante años, como riego por goteo, fue instalando el discurso religioso en sus cerebros. Con ese dispositivo, implantado desde — repito— la más tierna infancia de las personas, cuando el cerebro es extraordinariamente maleable y manipulable, dúctil y moldeable, el sistema religioso se sustenta por sí solo, porque ha conseguido pasar de generación en generación con la apariencia y las aspiraciones de un discurso de verdad, cuando tan sólo es un discurso ficcional. Esto explica que vuestros hijos, sí, vuestros hijos, los que tenéis ahora y los que vais a tener después, vayan a crecer de la misma manera que crecisteis vosotros: con los elementos religiosos que hay instaurados en los ámbitos sociales y culturales y con los elementos religiosos que les vais a transmitir —consciente e inconscientemente— vosotros, van a crecer educados en la creencia. Los caminos que sigan después ya sabéis cuáles son: no son inescrutables, sino todo lo contrario: fácilmente predecibles.
Con el discurso religioso no se lleva a cabo un lavado de cerebro, sino una corrosión de cerebro, tan profunda y tan fuerte que el individuo es incapaz de aceptar las evidencias que la Ciencia pone a su disposición: su cerebro se ha cerrado a la realidad y vive sumido en el peso de las fantasías religiosas, donde se encuentra más cómodo porque, entre otras cosas, no hay amenza de extinción definitiva, sino posibilidad de un paraíso tras la muerte... Pero el paraíso tras la muerte se llama cementerio, por eso lloramos a nuestros seres amados y queridos cuando mueren. Porque sabemos a ciencia cierta que ahí se ha acabado todo, pero sobre todo porque sabemos que nosotros no volveremos jamás a verlos. De lo contrario, ¿por qué llorarlos tanto y con tanta desesperación?
5 comentarios:
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Algunas veces parece que estuvieras cabreado con el mundo, jolín.
Cada persona que piense lo que quiera, no depende de la creencia (ser ateo o no) el ser inteligente o tener "las cosas claras", realmente estáis clasificando radicalmente a las personas por sus creencias.
Además, le deberías, por lo menos, estar agradecido a la idea de Dios, porque a ti te da mucho para escribir...
¿Cómo puedes decir que los padres planifican la vida de sus hijos? Por favor, los educan, y me parece genial, la religión forma parte de la cultura, luego tú, cuando madures, elegirás tu camnio y tendrás tus propias creencias, ideales y valores.
Estoy completamente en contra de la mayoría de cosas que dices, pero me parece genial que las personas piensen de manera distinta.
En fin, Abrazo.
Posdata: ¿Le has pedido algo a los Reyes?
Cuando se nota claramente que el discurso religioso ha ganado es cuando te dicen, con aires de absoluta convicción: "Bueno, es que cada uno puede elegir, no estamos condicionados por nada, somos libres...". A mí me ha sucedido a menudo, que me lo digan, vamos. Y es tan falaz como cierto que el mayor triunfo de la religión es hacer creer que el hombre tiene “libertad de arbitrio”, lo cual no es más que un invento de ésta, por otro lado.
Lamentablemente, son pocas las decisiones que podemos tomar por nosotros mismos, pues si no son las influencias ambientales y culturales las que nos obligan a tomar decisiones serán las biológicas... Ahora, nos queda un pequeño (o gigantesco) reducto: la realidad esta ahí, sólo hay que verla e intentar que la vean los demás, intentar destejer “la telaraña” que les ciega los ojos…;-)
Asimismo, es tan sutil, a la vez que escandalosamente evidente, el mecanismo de las religiones para pasar desapercibidas que, poco a poco, como muy bien dices, han ido corroyendo todo y a todos: todos los aspectos de nuestra cultura y civilización están inevitablemente “corruptos” hasta la médula por las religiones.
De la clasificación que haces sólo decirte que un ateo verdadero nunca se casaría por la iglesia por la fuerza de la costumbre y de la educación. Si tienes algún amigo en esa situación, tendrás que aceptar, aunque te pese, que nunca lo ha sido. Fue sólo una pose sin asunción auténtica. Si eres ateo (y te ahoga la rabia por la construcción mentirosa de esta realidad que sólo unos pocos pueden ver ((por suerte cada vez más))jamás entrarías en una iglesia absolutamente para nada. No da igual, es cuestión de dignidad, de coherencia…
Besos ateos ;-)
--> Patrizia: a los reyes hace muchos años que no les pido nada, pero mis padres -todavía- se empeñan en comprarme algo.
En cualquier caso no sé si sabrás que los regalos se hacen en estas fechas porque el edicto del emperador Tiberio prohibió que las estrenas se demorasen más allá de las calendas de enero, que “se celebraban especialmente con dones y regalos, en cuyo día se enviaban estrenas o pequeñas dádivas en particular de dulces, en señal de buen agüero [...] a fin de que las cosas dulces les hiciesen pronosticar que lo serían también los días del año entrante” (Johann Gottlieb Heineccius: Tratado de las antigüedades romanas: para ilustración de la jurisprudencia dispuesto según el órden de las Instituciones de Justiniano, Madrid, Imprenta de la viuda de la Sota, 1845, p. 256).
Al resto de aspectos que mencionas, y a muchos más, encontrarás una cierta respuesta aquí.
Saludos!
--> Arenas: Son los grandes mecanismos del discurso religioso: hacerse pasar como algo libremente elegido (¡libremente elegido desde que el individuo nace, cuando ni siquiera tiene formado su cerebro!) y funcionar de forma automática, por inercia, pasando (¡casi como los genes!) de padres a hijos.
En cuanto a los ateos que se casan por la iglesia y siguen los ritos religiosos de la sociedad, no quiere decir que no sean ateos, pero sí, sin duda, que no han comprendido de forma lúcida el alcance dañino quel sistema religioso, pues al hacerlo ayudan a perpetuarlo: siguen contribuyendo a la repetición... Y ya sabemos que la repetición es una de las configuraciones del infierno... jo, jo, jo...
Por lo que recientemente he leído, en Estados Unidos hay muchísimos ateos que ni siquiera dicen que lo son por temor y miedo a ser rechazados por su familia, pareja, amigos, compañeros de trabajo. En Estados Unidos, según leo, la situación es muy preocupante. Ni un cuento de terror da tanto mal rollo... En Inglaterra no es mucho mejor. Y estos son los llamados países "desarrollados", aunque será económicamente, porque mentalmente aún están anclados en el siglo XVIII, por no retroceder mucho más...
Extraigo estas referencias de la obra de Dawkins, que ofrece unas informaciones escalofriantes:
"Uno de los castigos más fieros del Antiguo Testamento es aquel exigido para la blasfemia. Todavía está vigente en algunos países. La Sección 295-C del Código Penal de Pakistán prescribe la pena de
muerte para este “crimen”. El 18 de agosto de 2001, el Dr. Younis Shaikh, un doctor en medicina y conferencista, fue sentenciado a muerte por blasfemia. Su crimen particular fue decirle a los estudiantes que el Profeta Mojámed [erróneamente llamado “Mahoma” en castellano] no era musulmán antes de que él inventase la religión [del Islam] cuando tenía cuarenta años de edad. Once de sus estudiantes lo denunciaron a las autoridades por esta “ofensa”. La ley de blasfemia de Pakistán es invocada más usualmente contra los cristianos, como Augustine Ashiq “Kingri” Masih, quien fue sentenciado a muerte en Faisalabad en 2000. Masih, como cristiano, no tenía permitido casarse con su novia porque ella era musulmana e —increíblemente— la ley pakistaní (e islámica) no le permite a una mujer musulmana casarse con un hombre que no sea musulmán.
Así que Masih trató de convertirse al Islam, pero fue acusado de hacerlo por bajos motivos.
No está claro en la denuncia que he leído si esto en sí mismo era el delito capital, o si fue algo que él alegó haber dicho sobre la moralidad del Profeta. En cualquier caso, ciertamente no era el tipo de ofensa que garantizaría una pena de muerte en cualquier país cuyas leyes estén libres de
intolerancia religiosa, opinión o creencia que difiera de la propia.
(continúa)
»En 2006, en Afganistán, Abdul Rahman fue sentenciado a muerte por convertirse al cristianismo. ¿Mató él a alguien? ¿Hirió a alguien? ¿Robó algo? ¿Dañó algo? No. Todo lo que hizo fue cambiar de opinión. Internamente y privadamente, él cambió de opinión. A él le agradaban ciertos pensamientos que no eran del agrado del partido gobernante en su país. Y esto, recuerde, no es el Afganistán de los Talibán, sino el Afganistán “liberado” de Jamid Karzai, establecido por la coalición dirigida por los Estados Unidos de América. El Sr. Rahman finalmente escapó de la ejecución, pero sólo al declararse demente, y sólo después de una intensa presión internacional. Él ha solicitado asilo a Italia, para evitar ser asesinado por extremistas religiosos ansiosos por llevar a cabo su obligación islámica.
»Todavía existe un artículo en la Constitución del “liberado” Afganistán que establece la pena de muerte para la apostasía. Apostasía, recuerde, no significa daño real a personas o propiedades. Es puramente un delito mental, para usar la terminología del “1984” de George Orwell, y el castigo oficial por ella bajo la ley islámica es la muerte.
»El 3 de septiembre de 1992, para tomar un ejemplo donde ésta fue realmente llevada a cabo,
Sadiq Abdul Karim Malallah, fue públicamente decapitado en Arabia Saudita después de haber sido convicto legalmente de apostasía y blasfemia.
[...]
»Pero no seamos complacientes con el cristianismo. Tan reciente como en 1922, en Gran Bretaña, John William Gott fue sentenciado a nueve meses de trabajos forzados por blasfemar: él comparó a Jesús con un payaso. Casi increíblemente, el delito de blasfemia todavía está vigente en el libro de estatutos de Gran Bretaña, y en 2005 un grupo cristiano intentó un enjuiciamiento privado por blasfemia contra la BBC por transmitir Jerry Springer, the Opera."
(en Richard Dawkins: El espejismo de Dios, Madrid, Booket, 2010, pp. 306-307.)
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