Cofre cafre con cables de cobre que encubre parte de lo que ocurre. En él hay programas de gran audiencia, como ésos en los que te cuentan la vida de quienes viven a costa de quienes los ven; como los que te muestran las caídas y accidentes de gente corriente para que te rías de sus fracturas; como los que te aseguran que arreglarán tu vida futura y lo que venga tras ella; como los que te enseñan a manejar con nula destreza el lenguaje, porque trizas lo hacen, porque no saben ni les interesa que sepas; como los debates en los que la clave para ser el personaje que sobresale es mostrar la máxima falta de respeto para con el resto; como ésos que brillan -cual puñado de carbón- por su objetiva visión...
Hucha de fantoches que cháchara derrochan. Como todo, tiene sus funciones: quizá una sea dar información, aunque de forma frugal y fugaz; ¿entretenimiento? Bueno, pero será para diversión de estólidos muñecos con cerebro de cemento; ¿alienación? A esa estación creo yo que conducen el vagón; ¿mover con un botón un montón de pasta? Claro: cualquier programa tiene traducción en plata; todo lo que ves supone grandes manojos de parné: de febrero a enero extrayendo dinero de tu monedero.
Empalagosa pantalla que proyecta películas -protagonizadas por La Parca y sus pistoleros- que potencian la violencia; pone en un podio a la propaganda y a al publicidad, presentando pulcros productos perfectos aparentemente imprescindibles para no perderse en los peligrosos pasadizos del progreso de este Planeta pestífero que se pudre poco a poco, de Polo a Polo; presenta a pretenciosas personas con piños profident que se pirran por el parné: unas pesgan para que compres con presteza y profusión, para que pagues; otras pronuncian parrafadas patrañeras desde su pedestal para que apoyes a su piara; platicando todas -cual picazas parlanchinas- sobre sus perfumadas peripecias de peluche, prometiéndote las pirámides plegables del paraíso portátil, con un despliegue de persuasión, prestidigitación e hipocresía que pasa inadvertido para la mayor parte del público.
-¿Y qué pasa con nosotros?- me pregunta el portavoz de los documentales y programas culturales- Si no nos suprimen es porque estamos en peligro de extinción, porque si fuese por la audiencia... ya estaríamos disecados y en una vitrina incrustados. ¿También nos arrojas a esa pira que empezó a arder unos párrafos más arriba?
-No, a vosotros os dejo a salvo. Mas llevad cuidado, os lo advierto, no sea que vuestros compañeros de canal os contagien su enfermedad, al quirófano tengais que entrar y salgáis convertidos en una ristra de programación banal, servida en bandeja en todos los hogares, aderezada con risas, velas y aplausos artificiales.
¿Dónde se esconden los costureros que diseñan las ropas del vocinglero baúl bobalicón y a qué juegan? Su hatajo de andrajos acaramela la mesa a la que te sientas y te embeleca; así frena las penas que despegar puedan tus posaderas de la estera en que cómodo te asientas. Hacen entrar en escena a mendaces mendas que barbotean monsergas y despliegan extensas frases de frez con sabor a fresa que se pegan a tus suelas a toda vela e infectan tu testa con tanta tinta que obnubilan tu vista, de modo que, mientras cambias de cadena, observas cómo se desangra la Tierra y otro programa te entierra.
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