En los tiempos de los romanos fueron los perseguidos. Cuando cayó el Imperio romano, comenzaron a calzarse las sandalias y, una vez pudieron correr, se convirtieron en perseguidores, hasta alcanzar su cumbre y mayor gloria siendo el Látigo y Azote de Herejes y Blasfemos.
Hoy siguen intentando ser los perseguidores pero, gracias a Dios, tenemos una Tabla, no de piedra, sino de papel, donde se contienen los Mandamientos de la Santa Madre Tierra, más conocidos como Declaración Universal de los Derechos Humanos, donde se consagran tales derechos: nosotros hemos decidido, democríticamente, que nuestro Dios sea ese listado de Derechos, que nos amparan y protegen, y que nos permiten, por ejemplo, blasfemar, practicar la brujería, la herejía, el adulterio, satanizar las fiestas, deshonrar a nuestros padres, negar la existencia de Dios, decir mentiras, ser unos cabrones, practicar la hipocresía, fornicar por placer cuantas veces queramos, y un largo etcétera de actitudes y comportamientos que se pueden juzgar como se quiera pero que, mientras no sean faltas o delitos tal como los tipifican los Códigos elaborados por los Hombres en virtud del consenso social, son problema de cada uno y su conciencia.
1 comentario:
M'ha encantao la democrítica :P
Te dejo que me voy a pecar ;-)
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