Un cenicero de hierro
y una cigarra cansada.
En vez de con los pulmones,
con su cerebro fumaba.
A sus dos respiraderos
los humos nunca llegaban:
tupidos, se le subían
hasta la masa encefálica,
infectando sus neuronas
de vapores y miasmas.
Tal intrusión provocó
que sus músculos quedaran
sin centro gravitatorio
y sus células más blandas.
Derretíanse sus labios,
fenecían sus palabras,
su mirada se perdía
como aguja entre la paja
en los blancos laberintos
de las paredes más blancas.
Disolvíase su mente
en mil dibujos de nada,
en cien recuerdos vacíos,
en dos libritos sin tapas;
adheríase su cuerpo
al sillón como una lapa,
y respiraba pausado,
los párpados le pesaban.
Entre cenizas y hierro
se revuelve la cigarra,
aserrando las canciones
que en ceniceros descansan.
2 comentarios:
pues me gustan tus poemas
Pues muchas gracias...
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