Aunque no seamos conscientes, hay ciertos momentos en los que cientos de pies ejecutan exactamente los mismos movimientos.
Si andamos por la calle, miles y miles de pies imitan a los nuestros. Nuestro pie siniestro pisa el suelo, y cientos de pies siniestros lo pisan; ya estamos con el pie diestro a punto de pisar el suelo y casi poniendo el izquierdo en el estribo, y cientos de pies diestros están a punto de pisar el suelo. Sin embargo, algunos pies desafinan, y mientras nuestro pie derecho se despega del suelo, otros muchos pies derechos aterrizan.
Cuando conducimos, son muchos los pies que simultáneamente sueltan embrague y pisan acelerador, mientras otros muchos sueltan acelerador, pisan freno y cogen embrague, como una orquesta que toca eternamente la misma canción en cientos de pianos con tres enormes teclas.
¿Y cuántos millones de pies permanecen inmóviles durante la noche, apuntando sus dedos al techo o a las paredes?
Sin duda, tal coincidencia de movimientos tiene que tener algún significado trascendental más allá de la locomoción y del descanso, pero que nos condenen, que nos aspen si lo sabemos. Sólo nos queda un último intento físico, desechado por su incapacidad el intelectivo: dejemos de mover los pies durante una temporada. Quién sabe, quizá la tierra deje de rotar sobre sí misma.
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