Después de luchar durante tantos años para conseguir que se regulase legalmente la poligamia, pudo por fin casarse con dos mujeres. Él pensaba que acababa de ascender al paraíso, pero lo que nunca pudo haber imaginado era que empezaba su descenso a los infiernos.
Toda discusión era doble; las lavadoras se multiplicaban de una forma incomprensible; el tiempo de descanso se reducía a la mitad; el fregadero duplicaba la vajilla sucia; el dinero se extinguía de las cuentas corrientes; los depósitos de los coches empezaban a parecer vampiros insaciables; el día parecía haber reducido su duración; los fines de semana se sucedían y no tenían tiempo de salir a ningún sitio.
Fue casarse con las dos y entrar en juego las matemáticas más elementales en su vida: las cosas se multiplicaban por dos, se reducían a la mitad o, directamente, desaparecían al multiplicarse por cero.
En la cama todo fue bien al principio. Disfrutó como nunca las primeras semanas de matrimonio. Sin embargo, a partir del segundo mes comenzaron a aparecer los dolores de cabeza dobles, conjuntos. Las pocas ganas de una se le contagiaban a la otra y al final ninguna tenía ganas de nada.
Ante este panorama, comenzó a frecuentar un burdel. Pocos meses después se divorciaron. Ellas, embarazadas de él, se casaron la una con la otra, y él, desde entonces, regenta un prostíbulo con cuyos beneficios apenas le alcanza para pagar la pensión a sus ex mujeres y a sus cuatro hijos, porque al final las dos tuvieron gemelos.
Tuvo que suponer que la maldición de las matemáticas elementales también recaería sobre sus hijos: concebidos dentro del matrimonio, era lógico que les fuese aplicable el principio matemático de la duplicación, aunque no habría estado mal, nada mal, que a los niños les hubiese tocado la reducción a la mitad, de modo que, en vez de cuatro, habría tenido sólo uno.
La otra opción, en cambio, la desaparición, le tentaba a veces como posibilidad, pero sólo como posibilidad, porque si la contemplaba muy en serio le remordía la conciencia el solo hecho de pensarla.
7 comentarios:
En esta historia lo que tu llamas matemáticas elementales yo lo denomino machismo ¬¬ Besissss
¿Machismo? Machacadísimo terminó el personaje, que de machista tenía poco: harto terminó de fregar los platos. Su maldición de las matemáticas elementales... No sé por dónde la coges para llamarla "machismo",pero eso es lo bueno de esto, que cada uno lee lo que quiere.
En mi interpretación de la historia el protagonista no peca de machismo, sino de falta de humildad. Debió suponer que sólo una ya sería suficiente reto, y que medio hombre no sería suficiente para ninguna mujer... pero claro, yo también leo lo que quiero :D A saber que pensaba Ed.Expunctor cuando lo escribía.
ese burdel que regentaron ¿no sería el del delirio? :-)
Otra opción a dos mujeres es hacérselo con dos manos. Las consecuencias siempre son previsibles y "controlas" mejor la situación.
upssssss...frecuentar, no regentar... Es que en mi teclado frecuen- está cerca de regen- :-)
Jony-- En eso mismo XDD La cosa surgió hablando con alguien del tema de los matrimonios homosexuales y la posibilidad de que, por el mismo camino, se regulasen los matrimonios polígamos (si leyese ese sintagma algún eclesiástico...).
Chufowski-- Estoy pensando poner un burdel de verdad, algo así como un teleburdel con sucursales en todas las ciudades del mundo, con la cantidad de gente que llega aquí buscando burdeles XDD
me gusto la forma y el fondo, forma es fondo, felicidades !
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