Aquel pibe, recién salido al
tránsito de la rúa, recién parido del sueño, como si dijéramos; aquel pibe,
recién despertado, con legañas en las comisuras de sus ojos aún y aún con las
marcas de la almohada en sus mejillas, con la boca llena de bostezos todavía y
todavía con los pulmones hinchados por los humores somníferos de la noche
recién abandonada, se arrojó dentro del colectivo como una exhalación epidérmica.
El chofer apenas vislumbró su sombra y aceleró por la avenida infinita a una
velocidad de caracol, pues el embotellamiento astronómico de la ciudad no
permitía a semejante hora del mediodía (que solo podía ser una y no otra) que
los carros se manejaran a más de quince millas por hora.
Aún fecundado por el sueño, aquel
pibe se puso, sin saber por qué, a pensar en Aquiles y en la tortuga. Cómo se puede ser tan boludo, Aquiles —susurraba
entre labios—, si vos te ponés a correr,
¿acaso no vas a echar delante a la tortuga? Mandá al carajo a Zenón y sus
aporías y agarrá ya la tortuga para hacer una sopa afrodisíaca, a ver si te
cogés a Patroclo antes de que lo maten.
—¿Perdón? ¿Decías? —Le preguntó al
pibe ensimismado una mina que estaba parada junto a él, con la mano aferrada a
la misma agarradera.
—Sí, decía —respondió el pibe
saliéndose temporalmente de su ensimismamiento—, claro que decía. De no decir,
no habría dicho nada, ¿no creés, linda?
—Pero qué boludo que sos, bala
tenías que ser.
—Disculpa, linda, pero no soy bala,
en eso te equivocás.
—¿No?¿Y por qué sueñas con Aquiles
cogiéndose a Patroclo? Andate…
—¿Acaso vos los conocés? Qué lindo,
una mina que conoce a estos tipos; pero no, no sueño, mirá, es solo que
no sé por qué se me baila ahora en la cabeza una historia entre estos dos personajes…
—Ya, no sigás, no sigás: porque vos
creés que nunca se les hizo justicia poética, ¿cierto?
—¿Y vos de dónde salís?
—Pues… ¿Me guardás la confesión,
loco?
—Como una tumba un cadáver.
La mina susurró algo al oído del
pibe, cuya cara dio un vuelco de ciento cincuenta y nueve grados y despertó del
todo: se le cayeron las legañas, se le desinflaron los pulmones, los bostezos
se le evaporaron y las mejillas recobraron su lisura. Repasó el pibe con su
mirada aquel cuerpo, y se detuvo especialmente incrédulo allí, en la pollera
ajustada, y entonces él, coloreándosele ahora el rostro, le dijo que no, que no
se notaba nada, momento en que ella, aprovechando el ligero frenazo del
colectivo, se apoyó con fuerza en él y así pudo él comprobar que aquella mujer
resultaba no serlo del todo.
3 comentarios:
que bueno jose. hacia tiempo que no pasaba por aki y me alegra ver que sigues siendo tan bueno como siempre, o mejor. un abrazo mu gordo donde quiera que estemos. juanillo.
No sabía yo que éramos paisanos... Voy a darme una vuelta por tus letras. A ver qué me encuentro. Gracias por tu comentario. Un beso.
--> Un abrazo, Juanillo! :D
--> Espero que las disfrutes, Dra. Glas. Si no todas, al menos algunas.
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