Donde habite lo húmedo,
en los profundos abismos de luz de su entraña;
donde yo sólo sea
una lengua sublime que recorre paredes de carne
y precipita su cuerpo,
las papilas abiertas como pechos sangrantes,
para beber el licor de su sexo.
Donde el tiempo se estanque,
donde relojes carezcan de agujas;
allá donde enfrente mis labios
a otros labios mayores, arcanos,
y mi lengua fallezca persiguiendo la esfera
que sus pliegues custodian celosos.
Donde esté el movimiento sometido
a la cámara lenta
del gemido que su boca pronuncia;
donde mi nombre sólo sea recuerdos de letras
que se pierden en el bosque de su aliento incendiado.
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
donde mi esencia escape de su cárcel,
de este cuerpo que limita,
aferrada a las alas de ese ángel divino
que me asciende a las regiones supremas.
Allá, allá entre sus piernas;
donde habite lo húmedo.
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