Kurt Wenner es uno de esos artistas ante los que no queda más remedio que quitarse el sombrero. Él no inunda las paredes con trazos de pintura: fecunda las paredes con abrazos de pintura, que las atraviesan y profundizan en sus estructuras ocultas, inauditas. En un trozo de madera penetran, por obra y gracia de su pincel, dimensiones incomprensibles. Una habitación vacía se convierte en mundo autónomo donde el mito nos embarga, nos circunda, nos asedia. El juego de perspectivas crea ilusiones en nuestra retina y nos hace poner en duda la solidez del asfalto. Nuestros ojos se deslizan por los bordes del dibujo buscando la fisura, el fin de la pintura y el comienzo de la realidad, y sólo una vez que lo hallamos podemos afirmar, rotundamente, nuestra más firme incredulidad. Sin embargo, sabemos que en el techo no hay nada, o al menos nada más que pintura, aunque parezca que Ícaro y su padre van a caer sobre nuestras cabezas, y pensemos que unos barandales de blanco mármol delimitan la fisura, pero no, o sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario