Después de tocarla y manosearla durante varios minutos (¡cuántas cosas se pueden imaginar en pocos minutos!), tras mucho palparla por delante y por detrás con las yemas de sus dedos y con las palmas de sus manos (¡qué velocidad tiene la imaginación!), incluso acercando la cara a ella para olerla y notar su tacto contra sus mejillas (¡sus ojos cerrados le delatan y descubren lo que imagina!), acariciándola con sus labios (¡cómo le delatan sus labios...!); después de todo eso, mientras aspira embelesado, piensa que no sería capaz de decidirse entre si es una buena tela sin ningún género de dudas o si lo es sin ninguna duda de género, pero de lo que no cabe duda de ninguna especie es de que el género es excelente, vaya si lo es.
—Por favor, caballero —le interrumpe el encargado, que le apunta con un pañuelo de seda rojo—, se puede tocar el género, pero sin babear sobre él...
—Difcufpe —farfulla, abochornándose, y aparta la tela de sus labios. Durante unos pocos segundos (¡cuántas cosas se pueden imaginar en pocos segundos!) se queda callado, mirando a aquel chico del pañuelo rojo—... Disculpa... Me lo llevo. Todo lo que tenga..., lo que tengas, de este género... ¿Cómo te llamas? —pregunta, con el rubor aún en sus mejillas, mientras mira, delatándose con el brillo de sus ojos y con la sonrisa de sus labios, al encargado, que comienza a agitar lentamente, mientras se muerde el labio inferior, el pañuelo—.