13 mayo 2010

Entrevista

Yo nunca imaginé que al acudir a una entrevista de trabajo me encerrarían en una sala con una mesa, una silla y un portátil. Que me aspen, pensé. Me hicieron pasar y me dijeron: Espere aquí un momento, que enseguida viene la persona que le va a hacer la entrevista, con una voz muy amable y delicada.

Esperé en pie unos minutos hasta que decidí sentarme. Tras un buen rato mirando el techo, las paredes, las ventanas, el jardín que a través de ellas se ve y la pantalla del ordenador, con sus iconos y sus parpadeos, miré la hora. Llevaba ya veinticinco minutos esperando y me pareció demasiado, así que abrí la puerta y allí estaba la persona que me había hecho pasar. Antes de que yo pudiera decirle algo, me sugirió: No se preocupe, enseguida llega, y me invitó cortésmente a pasar otra vez a la sala. Puede usar el ordenador mientras espera, añadió antes de cerrar la puerta.

Me acerqué a la ventana y la abrí. En el jardín, junto a un banco, un chico le decía algo a una chica. Por los gestos histriónicos cualquiera diría que eran pareja. Él le reprochaba algo a ella, y ella le reprochaba otra cosa a él. Parecía un partido de tenis de reproches. Qué harán juntos, pensé, si lo único que hacen es echarse en cara la forma de ser y la forma de comportarse del otro. Ella tenía el pelo moreno y largo; él llevaba una gorra que no me dejaba verle el pelo, aunque la cuestión capilar no parecía tener importancia. Me llegaron algunas palabras cuando subieron el tono de sus reproches. Parecía haber otro en su vida, y ella le reprochaba que él pasaba mucho tiempo con sus amigos en los bares; él le recriminaba que si salía con sus amigos era porque ella siempre estaba ocupada con sus estudios y su trabajo, a lo que ella le reconvenía que él nunca hacía planes para cuando ella estuviera libre, y ya no sé lo que dijo él porque de repente se dio la vuelta y echó a andar. Ella no fue detrás de él, sino que sacó su móvil y llamó a alguien. Se sentó en el banco. Él, que ya estaba casi a punto de perderse de mi vista, se paró, se llevó la mano al bolsillo y sacó el móvil.

Seguramente ella lo había llamado a él, pero su historia no sé cómo continúa, porque en ese momento escuché un pitido procedente del ordenador. Me acerqué, miré la pantalla y allí estaba: una ventana del Messenger recién abierta en la que se leía:

—¿Hola?

Fruncí el ceño. A estas alturas, uno ya no sabe qué va a encontrarse cuando va a una entrevista de trabajo. Si contesto, pensé, igual no está bien; si no contesto, puede que esté mal. ¿Contesto?

—¿Estás ahí?

—Sí –contesté—. Hola, ¿qué tal?

—Bien. ¿Qué has hecho durante esta hora de espera?

—Observar.

—¿Qué has observado?

—En el jardín que se ve desde la ventana, justo aquí debajo, había una pareja peleándose.

—¿La puedes describir?

—Ella es morena, con el pelo largo. Quizá mida uno setenta. Vaqueros azules, camisa blanca, bolso azul, botas altas. Él lleva gorra, vaqueros azules, camiseta roja, zapatillas rojas. Los dos fuman y tienen

—¿Qué edad tienen?

—Más o menos la misma. Unos veinticinco años.

—Ya, vale. Son Juan y Julia. Los dos trabajan aquí. ¿Qué te parece?

—¿Que qué me parece que sean pareja y trabajen los dos aquí?

—Sí.

—Pues ahora mismo es algo que no me incumbe. Si yo también trabajara aquí sí me incumbiría. En este caso, dependería de si la relación que mantienen afecta a su eficacia laboral.

—Sí, afecta bastante.

—Entonces tendrían que hacer algo. ¿No le parece?

—¿Usted tiene pareja?

Gran pregunta, pensé.

—No, no tengo.

—¿Qué edad tiene usted?

—¿Qué van a hacer con esa pareja?

—Creo que eso no le incumbe.

—Cierto, eso ya lo dije antes.

—Entonces, ¿para qué pregunta?

—Suscitó mi curiosidad. Sabiendo la respuesta, podré decidir mejor cuando trabaje en esta empresa.

—¿Qué podrá decidir mejor?

—Pues el tipo de relación que se puede establecer con los demás trabajadores.

—Creo que a ella la voy a despedir. Además de trabajar aquí está estudiando una carrera y eso interfiere en su rendimiento. ¿Qué le parece?

—Como dije antes y como usted recordó después, ahora no me incumbe. Yo no me meto donde no me corresponde.

—Pero ahora debería mojarse y responder.

—En vez de despedirla, redúzcale la jornada de trabajo. Que tenga tiempo para estudiar su carrera. Así trabajará con más ganas y rendirá más. ¿Usted cómo se llama?

—Eso no le incumbe, ¿cierto?

—Correcto. ¿No preferiría que continuemos esta conversación cara a cara?

—No. Estamos experimentando con este sistema de entrevistas.

—Ah, de acuerdo. Pues continúe con sus preguntas.

—No tengo más preguntas.

—Yo sí tengo una. ¿Hay cafetería en este edificio? Me tomaría un café.

—¿Fuma usted?

—Sí. Normalmente con el café me fumo un cigarro. Y poco más.

—Entonces en este edificio no podrá tomarse el café.

—De acuerdo, entonces me voy a tomar un café en la cafetería de al lado.

—Le acompaño.

—Claro, será un placer. ¿Nos vemos en la cafetería?

—Sí, le veo allí en cinco minutos.

—Ok, hasta ahora.

Así que abrí la puerta y, cuando iba a salir, la persona que había fuera me dijo que no había terminado la entrevista, a lo que yo respondí que sí, que me habían dicho que ya no había más preguntas y que iba a la cafetería. Bajé y esperé en la barra. Cinco, diez minutos. Pedí el café. A mi lado había una mujer que me miraba por el rabillo del ojo. Iba vestida con un traje elegante. Tuve una intuición. Le dije:

—Disculpe… ¿Ha decidido qué va a hacer con Julia?

Sonrió. Me lanzó una mirada cómplice.

—Le voy a reducir la jornada. Ha tenido usted una buena idea.

—Ella se lo agradecerá.

—Puede ser.

—Bueno, si no es mucha curiosidad, ¿qué conclusión ha sacado de la entrevista?

—Le llamaremos.

—Ah, claro, me llamarán.

—Sí, le llamaremos.

—De acuerdo, pero una cosa. ¿Podría llamarte yo a ti, si me permites el tuteo, para tomar algo sin este surrealismo que me envuelve gracias a esta entrevista experimental?

—Ja, ja, ja… —se rió—. Mira, como tengo tu teléfono, ya te llamo yo.

—Ja, ja, ja… —aquí me reí yo—. Vale…

Y me fui. Cuando regresaba a casa atravesando el jardín que hay frente al edificio donde hice esta entrevista, me encontré con Juan y Julia. Recostados en el banco, poco les faltaba para arrancarse mutuamente las ropas y copular allí mismo: tanta pasión ponían en sus besos.

Al día siguiente me llamó mi entrevistadora. Tomamos café. No congeniamos: era pura apariencia, lo que no quitó que pasáramos la noche juntos. Disfrutamos los dos, lo cual estuvo bien, pero estaba claro que no había mucho más que hacer. Gracias a ella pude saber que Juan había dejado a Julia, que a su vez había dejado su trabajo para dedicarse a su carrera. Mi entrevistadora, por la mañana, se despidió diciéndome que ya me llamaría, pero los dos sabíamos que ésa era otra mentira, como lo de Juan y Julia.

1 comentario:

Thedarksunrise dijo...

Debe ser muy raro que una misma persona pudiese decirte "ya te llamaré" por más de un motivo. Me alegra leerte de nuevo :)