Me ocurre siempre que, después de salir durante meses o años, según los casos, con una mujer, tarde o temprano me pide que nos casemos, y entonces me veo obligado a recordarle lo que le dije cuando empezamos a salir:
—Si recuerdas, cuando empezamos a salir te dije literalmente, el segundo día que me preguntaste sobre mí: “Yo soy ateo y soltero”.
—¡Pero bueno! —exclama—. ¡Si hace dos años y medio que no estás soltero! —me replica—. ¡Que llevamos dos años y medio saliendo!
—No se trata de estar soltero —matizo—, sino de serlo: serlo es una esencia, algo inherente, una inmanencia, frente a estarlo, que es una mera cualidad, un accidente, una contingencia.
Y, por regla general, en este punto suelen acabar mis relaciones con todas las mujeres con las que salgo.
1 comentario:
Y una esencia muy terca, que en dos años pueden cambiar mucho las cosas.
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