Ayer estuve viendo la televisión (sí, hace unas semanas que tengo antena) por la noche, el programa 60segundos. Salía un tipo al que hacía muchos años que no veía, que fue incluso portavoz de un gobierno, y, sinceramente, me pareció un payaso, literalmente: un payaso, porque me hizo reír mucho con las tonterías que decía. Había algunos contertulios que argumentaban lo que decían, pero este tipo disponía de una argumentación cero y de una repetición múltiple, elemento -como sabemos- empleado para producir la risa, de modo que me acabé preguntando por qué este tipo estaba en un programa de debate en vez de en un circo o en un monólogo del Club de la Comedia de Tercera División, aunque me consolé pensando que de todo hay en esta Viña del Señor.
Se abordó el tema de la “Educación para la ciudadanía y los derechos humos”, digo..., humanos, y fue patético. Salvo una señora, teóloga y maestra, nadie se había leído un libro de la materia. Todos reconocieron -algo es algo- hablar desde la inopia, aunque hubo quien esgrimió la típica excusa de alumno de segundo de la ESO, ésa de “maestro..., yo es que... fui a comprar el libro... pero no lo encontré en ningún sitio... y no me lo he podido leer...”. Había uno que decía que sí había leído, pero le pasaba lo mismo que al otro, argumentación cero más repetición múltiple, de modo que terminaba resultando igualmente hilarante, porque lo que decía que había en los libros resulta que, como consecuencia de la pregunta de la presentadora (“y eso que dice, ¿dónde está en el libro?”), tuvo que recurrir a los desarrollos curriculares de las Comunidades Autónomas y a San Pelayo, el niño mártir. Luego estaba el tipo ese que digo que me pareció un payaso, que decía que la asignatura es obligatoria, pero que su hijo no tuvo obligación de estudiar la asignatura de “Ética”, olvidándose de decir que su hijo, al no estudiar “Ética”, tuvo que estudiar “Religión”, aunque lo omitiría porque eso es algo baladí: y lo repitió unas cuantas veces, de carrerilla, insistiendo en su táctica de argumentación cero y repetición múltiple, una táctica que en los últimos años está muy en boga:
¿Para qué vamos a argumentar nuestras posturas si el tiempo que gastamos en la argumentación lo podemos dedicar a la repetición de la conclusión a la que no hemos llegado mediante ningún razonamiento? Argumentar es arriesgado. Repetir es seguro. Si argumento puedo evidenciar o, al menos, dejar entrever la debilidad, la falacia, la sofística de mis razones. Si repito no me pongo en riesgo de ser descubierto en mis subterfugios lingüísticos, y si a las críticas que me hagan sólo respondo repitiendo lo que ya he repetido, no me comprometo y no se me podrá acusar de falsificador o embaucador: como mucho, de loro.