Tengo la costumbre de grabar los sonidos de los lugares en los que más a gusto estoy, aquéllos en los que una paz y una quietud embriagadoras se apoderan de mis venas. Al principio con una grabadora, en cintas de audio; últimamente con el mp4. En horas desiertas me siento al borde del acantilado de mi playa, le doy al rec y, mientras me enciendo uno, comienzo a coleccionar sonidos.
El aire serpenteando entre la maleza, golpeando contra las rocas; contra las rocas batiendo las olas, arrastrándose por la playa, estirando y encogiendo sus lenguas de ceniza blanca sobre la arena fina, en un bucle infinito. La exhalación del humo entre mis labios. Tos. Gaviotas gritándole al cielo, atentas a las aguas del mar y a la hora de su almuerzo. Al rato se oye pasar, a lo lejos, un coche que levanta una polvareda. Un pescador lanza, con un movimiento automático, su anzuelo al océano y recoge sedal. Los ladridos de un perro, con su eco, llegan a mis oídos.
Cuando echo a andar por las calles de mi ciudad, y antes de oír ladrar a un perro, me pongo los auriculares, le doy al play y me siento al borde del acantilado de mi playa.
3 comentarios:
cómo me recuerda esto de grabar sonidos a la maravillosa película "el cartero de Pablo Neruda". cuando oigo mi voz no me reconozco, es un usurpador de voz plomiza y nada bonita...
A mí me pasa lo mismo: mi voz grabada suena ajena y oírla me produce un extrañamiento desmesurado y un mal rollo inconcebible.
Yo a veces escucho mi voz grabada y pienso ... "Tio...deberías fumar más, o pasarte a los celtas sin filtro"
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