No sólo somos lo que decimos, sino también cómo lo decimos. Estamos, pues, configurados por el qué y por el cómo: por el fondo y por la forma. Nuestro lenguaje, además de vehicular nuestro pensamiento, es un reflejo de éste: cuando hablamos nos ponemos en evidencia, nos desnudamos, porque nuestras palabras nos delatan.
Al enfrentarse a la dualidad lenguaje/pensamiento, hay que tener en cuenta que no todo aquel que tiene lenguaje tiene pensamiento. Ocurre singularmente en el ámbito político que se tiene lenguaje y no se tiene pensamiento, al menos pensamiento entendido como algo personal, pues nada hay más personal que el pensamiento, como decía Thomas Mann en algún sitio.
Es muy elevado el número de individuos que funciona en el terreno político como podría funcionar un reproductor de mp3, un disco de vinilo o un loro: por repetición. Estamos ante el caso paradigmático de individuos que tienen lenguaje y no tienen pensamiento.
Son fáciles de reconocer porque repiten los discursos que ya han oído, discursos prefabricados, enlatados, embotellados: discursos muertos, sin importar que sean de izquierdas o de derechas, con el agravante de que, cuando sospechan en su fuero interno que su repetición ya no convence, echan mano del insulto y del ataque personal y fundado en mentiras.
Su ausencia de pensamiento queda evidenciada cuando ante un hecho o un argumento concreto advierten que ya no se puede sostener su mentira y responden que precisamente eso es lo que ellos decían y que, por tanto, siempre han tenido razón, haciendo gala de una hipocresía exquisita, aristocrática: manteniendo, impávidos, la compostura.
1 comentario:
Si un político pensare no sería tal. Son conceptos antagónicos. Se votan rostros. Baste ver lo que ha sucedido en Argentina. Una señora, de la derecha más recalcitrante, con aspecto de actriz porno ha ganado las elecciones. ¿Le importa a alguien su programa?
Los hombres (votantes o no) tendrán sueños eróticos con ella y sus labios siliconados y ellas querrán emular a su presidente, paradigma de "la clase".
Hubo gente que hablaba bien, Felipe González, Josep Borrell, pero luego vino Aznar y la mediocridad se convirtió en moneda de cambio, luego en arma arrojadiza. Hoy cuanto más tonto se es, más repercursión se tiene. Pujalte algún día será presidente. El día que los cinco millones de persona que vieron Torrente quieren también un presidente Torrentiano.
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