Nadie sospechó nunca las motivaciones que lo movían a hacer cierto tipo de cosas.
Tiraba papeles al suelo y lo llamaban marrano, pero él lo hacía porque pensaba que el día que no hubiese papeles en el suelo los barrenderos se quedarían sin trabajo.
Siempre se negó a aprender idiomas y lo llamaban vago o gandul, pero él no estaba dispuesto a contribuir a que los traductores se quedasen sin empleo, del mismo modo que nunca trató de aprender a sumar, restar, multiplicar o dividir para que los chinos pudiesen seguir fabricando calculadoras.
Alguna vez, incluso, se vio obligado a cometer un asesinato en uno de esos pueblos perdidos en los que nunca pasa nada, y lo llamaron asesino, pero su intención fue darle faena a la policía del lugar.
Sin embargo, lo que jamás consiguió, a pesar de haberlo intentado de todas las maneras activas y pasivas concebibles, fue darle algún quehacer a ciertos funcionarios estatales: algún quehacer, puesto que trabajo tenían, pero no hacían nada que justificase el sueldo que cobraban.
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