Muchas noches nuestra cama
se convierte en precipicio.
La horizontalidad vierte
su ser, y cede su sitio
a la vertical más larga
y a los vértigos más vivos.
Se despeñan sin pensarlo
nuestros cuerpos encendidos,
aferrándose a la carne
que se abrasa entre suspiros.
A menos sueños, ocasos
más vibrantes y más vívidos.
Dormir menos es caer,
precipitarse al vacío;
es fundirse en el descenso,
convertirse en amasijo,
desprenderse de las pieles
y volverse un solo grito
hasta olvidarse del tiempo
y quedarse sin sentido.
Devorados muchas noches
por los labios del abismo,
muchas veces nuestra cama
se convierte en precipicio.
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