El matrimonio de amor entre la Iglesia católica y el nazismo es incuestionable: abundan los ejemplos y no son insignificantes. La complicidad no se estableció con silencios de aprobación, con no dichos explícitos o cálculos realizados a partir de hipótesis interesadas. Los hechos le demuestran a cualquiera que investigue el tema en la historia que no fue un matrimonio de conveniencia, impuesto por una necesidad de supervivencia de la Iglesia, sino una pasión común y compartida hacia los mismos enemigos irreductibles, los judíos y los comunistas, igualados, la mayor parte del tiempo, en el revoltijo conceptual de judeobolchevismo.
Desde los inicios del nacionalsocialismo hasta la protección de los criminales de guerra del Tercer Reich después de la caída del régimen, a quienes ayudaron a huir a otros países, aparte del silencio de la Iglesia sobre estos asuntos, desde entonces, y aún hoy -incluso la imposibilidad de consultar los archivos sobre este tema en el Vaticano-, el feudo de San Pedro, heredero de Cristo, fue también el de Adolf Hitler y sus secuaces: nazis, fascistas franceses, colaboracionistas, vichyistas, milicianos y otros criminales de guerra.
Los hechos: la Iglesia católica aprobó el rearme de Alemania, yendo en contra del Tratado de Versalles, desde luego, pero también en contra de las enseñanzas de Jesús, en especial, las que celebran la paz, la bondad y el amor al prójimo; la Iglesia católica firmó un acuerdo con Adolf Hitler desde su asunción como canciller en 1933; la Iglesia católica calló sobre el boicot de los comerciantes judíos, no protestó ante la proclamación de las leyes raciales de Nuremberg en 1935, guardó silencio en 1938 cuando ocurrió la Noche de los Cristales; la Iglesia católica entregó su archivo genealógico a los nazis, que supieron desde ese momento quiénes eran cristianos, y por lo tanto no judíos; la Iglesia católica reivindicó, en cambio, «el secreto pastoral» para no dar a conocer los nombres de judíos convertidos a la religión de Cristo o casados con cristianos; la Iglesia católica, sostuvo, defendió y apoyó al régimen pro nazi de los ustachis de Ante Pavelic en Croacia; la Iglesia católica absolvió al régimen colaboracionista de Vichy en 1940; la Iglesia católica, aunque estaba al corriente de la política de exterminio iniciada en 1942, no la condenó, ni en privado ni en público, como tampoco dio órdenes a los curas u obispos de censurar ante los fieles al régimen criminal.
Las fuerzas aliadas liberaron Europa, llegaron a Berchtesgaden y descubrieron Auschwitz. ¿Qué hizo el Vaticano? Siguió apoyando al régimen derrotado: la Iglesia católica, a través del cardenal Bertram, mandó decir una misa de réquiem en memoria de Adolf Hitler; la Iglesia católica guardó silencio y no hizo ninguna declaración condenatoria cuando se descubrieron las pilas de cadáveres, las cámaras de gas y los campos de exterminio; la Iglesia católica, más bien, organizó para los nazis sin Führer lo que nunca hizo por ningún judío o víctima del nacionalsocialismo: coordinó la oficina de ubicación de los criminales de guerra fuera de Europa; la Iglesia católica utilizó al Vaticano, expidió papeles sellados con visas y creó una red de monasterios europeos como lugares de escondite para protección de los dignatarios del Reich derrotado; la Iglesia católica incluyó en su jerarquía a personas que habían ocupado cargos importantes en el régimen hitleriano; la Iglesia católica nunca se arrepentirá de nada, puesto que no reconoce oficialmente nada de esto.
De darse algún día el arrepentimiento, habrá que esperar, sin duda, unos cuatro siglos, el tiempo que se necesitó para que un papa reconociera el error de la Iglesia sobre el caso Galileo..., ya que el dogma de la infalibilidad del Papa, proclamado en el primer Concilio Vaticano en 1869-1870 -Pastor Aeternus-, prohibe el cuestionamiemo de la Iglesia, puesto que el soberano pontífice, cuando se expresa o toma una decisión, no lo hace como hombre capaz de equivocarse, sino como representante de Dios en la Tierra, siempre inspirado por el Espíritu Santo, la famosa gracia de asistencia. ¿Debemos llegar a la conclusión, por lo tanto, de que el Espíritu Santo era profundamente nazi?
Mientras permanecía en silencio sobre la cuestión nazi durante y después de la guerra, la Iglesia no dejaba de tomar decisiones contra los comunistas. Con respecto al marxismo, el Vaticano dio muestras de un compromiso, de una militancia y de una fuerza que bien nos hubiera gustado verle utilizar para combatir y desacreditar el Reich nazi. Fiel a la tradición de la Iglesia que, por la gracia de Pío IX y Pío X, condenó los derechos del hombre como contrarios a la enseñanza católica, Pío XII, el famoso Papa, amigo del nacionalsocialismo, excomulgó en masa a los comunistas del mundo entero en 1949. Alegó la colusión de los judíos y el bolchevismo como una de las razones de su decisión.
A modo de información: ningún nacionalsocialista de las bases, ningún nazi del alto mando o miembro del estado mayor del Reich fue excomulgado y ningún grupo fue excluido de la Iglesia por haber enseñado y practicado el racismo, el antisemitismo o por haber hecho funcionar las cámaras de gas. Adolf Hitler no fue excomulgado, y su libro, Mi lucha, nunca formó parte del índice. Recordemos que después de 1924, fecha de publicación de ese libro, el famoso Index Librorum Pohibitorum agregó a su lista -junto a Fierre Larousse, culpable del Grand Dictionnaire Universel (!)- a Henri Bergson, André Gide, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. Adolf Hitler nunca figuró allí.»
(Michel Onfray: Tratado de ateología. Física de la metafísica, Barcelona, Anagrama, 2006, pp. 190-193)
2 comentarios:
Supongo que se "alzarán voces escandalizadas" negando la veracidad de estos hechos o diciendo que cada uno encuentra en los libros lo que quiere encontrar. En fin...
Recientemente me he enterado de que en Italia, donde ahora resido, la Iglesia católica envía a sus pastores pederastas a "pastorear" a países del tercer mundo. Muy bien, allí será muy difícil que los descubran y los acusen, allí pueden campar a sus anchas. ¡Qué rabia!
Genial, por otro lado, como siempre, M. Onfray. Gracias de una atea militante por difundirlo.
;-)*
También habrá quien diga que eso es el pasado y no hay que tenerlo en cuenta. Es otro de los argumentos del discurso que pretende defender a las sectas religiosas: para ellos, la inquisición queda muy lejos, y el nazismo pertenece al pasado. Desprecian la memoria porque ignoran la historia, así que se condenan a la repetición, al infierno en vida, esperando ingenuamente -¡esquizofrénicamente!- el cielo en muerte...
Sin duda Onfray es uno de los tipos más lúcidos con los que me he encontrado. Vale mucho la pena leer su obra, y no sólo el Tratado de ateología, también la Contrahistoria de la filosofía...
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