15 diciembre 2009

Perjudicial para la salud... de los bares


No le falta razón al de este bar de la calle de la Merced, que ha puesto un letrero en su cristalera para profetizar -a pesar de las faltas de ortografía, que yo omito- su futuro: “Aquí se puede fumar. / Cuando no se pueda fumar, / más gente al paro. / Gracias, Zapatero”.


Porque, ciertamente, van a ser muchos los bares que tengan que cerrar. Yo, al menos, a cuento de qué me voy a tomar un café en un bar si no me puedo fumar un piti, porque yo no acompaño el café con un cigarro, sino el cigarro con un café, así que ya se sabe:


No piti, no coffe.


Está bien que prohíban fumar en los bares. Eso sí: en las plazas de toros y en los estadios de fútbol, ni de coña, porque ahí hay muy poca gente, y ya se sabe que el aire va del suelo al cielo y se lleva el humo lejos, hacia arriba, porque el aire nunca va de lado y jamás arrastra el humo a las narices de las personas que están alrededor. Fíjense en este dato, politicuchos de cuatro al quinto. Aunque cómo van ustedes a prohibir fumar ahí, siendo fútbol y toros algo así como religiones nacionales: ¡El circo de los romanos! Para bobos y para sádicos.


Eso sí: como yo no voy al fútbol (ir al fútbol, siguiendo a Bukowski, es pagar para ver cómo unos cuantos tipos multimillonarios le pegan patadas a un balón…) ni a los toros (ir a los toros es pagar para ver cómo un tipo rico tortura a un toro hasta matarlo) ya no podré fumar en ningún sitio público, salvo la calle y los parques, de donde progresivamente van desapareciendo todos los árboles y todos los bancos para que la gente no se acostumbre y se quede en casita encerrada.


Casualmente, hace poco que tengo una cafetera express, y de aquí a un par de semanas me estaré haciendo unos cafés que ni en Italia, te lo digo.


Total, que no podremos fumar en sitios públicos cerrados pero, curiosamente, salvo que los papás de turno se opongan, los crucifijos se quedan en las aulas de este estado laico y aconfesional de mentira. Pues fíjense de nuevo, politicuchos de nueve al décimo: más perjudicial para la salud es un crucifijo que un millón de cigarros. Yo, al menos, prefiero morir con una consciencia clara de la realidad antes que vivir en una inconsciencia absoluta.

01 diciembre 2009

No son accidentes / son a propósito

OooooonoMATOpeyas
con algUnas lEtras mayÚsculas
entre s:gn.s de pvntvAc¡ón…

¡Abordaje! ¡Semáforos abiertos!

[¡Ojo! ¡No ha oído / visto la luz sonar!]

Los dos pedos del claxon y su dueño
tocabocinas raudo / automático
con el cambio de luz / cambio de chip.
¡Qué prodigio en su testa desangrada
por aceleramientos tan profundos
que lo hunden en la nada / en el vacío!

Pero ahora lo adelantan: refunfuña,
farfulla / aúlla / grita / y salpica /
y clava más a fondo su cerebro
sobre el pedal / el suelo / el concreto
¡inconteniblemente!
el rostro comprimido / arrugado
reducido a la mínima expresión
de la cordura / ¡loco enajenado
al ser sobrepasado pisa a fondo
y avanza, pero estampa contra el muro
su estampa y su legado!

Antes de caer por siempre sus párpados
vio qué era una ambulancia,
luz naranja saltando los semáforos.

.

20 noviembre 2009

Nocturno indigesto

.
Por más que masque la noche

yo sólo rumio el insomnio.
¿Cómo digerir el sueño
con unos ojos hambrientos
de luces y de horizontes?
.

19 noviembre 2009

Recuerde:

A usted le roban
todos los días de su vida.

Le roban y expolian
todos los días de su vida.

Se ríen de usted
todos los días de su vida.

Ahora
NO SE QUEJE:
usted elige a sus ladrones
y burlones favoritos
cada cuatro años.

(Es broma.
Yo también me río de usted:
soy un burlón, pero no un ladrón.
Usted puede quejarse
todo lo que quiera:
quéjese de unos
o quéjese de otros.
Unos y otros
se van a seguir riendo
de usted, y robándole
todos los días de su vida.)

17 noviembre 2009

Costumbre

Se había acostumbrado hasta tal punto a la geografía de sus rejas que le producía vértigo la posibilidad de ser libre, por eso el día en que le abrieron la jaula empezó a morir de hambre, porque ya nadie volvió a dejarle comida, y él era incapaz de atravesar aquella puerta abierta.

Declaración táctil

Tocar, tocan:
estos dedos,
estas yemas,
estas uñas.

Si pica, tocan
y rascan, frotan
contra la carne,
contra la piel,
contra sí mismos.

Rascando, tocan,
aunque ya yo quisiera
ni siquiera rozar,
pues picores no habría.

Aún así tocaría,
pues me gusta tocar.

Me declaro del todo
tacto
que no quiere quedarse
a salvo, intacto,
sino tocar
y ser tocado.
.

12 noviembre 2009

Pobres pobres...

«[…] Todo el campo de béisbol estaba lleno de millonarios. Los pobres venían a ver jugar a los millonarios. Los millonarios invertían en artículos y formaban corporaciones. Lo único que tenían que hacer era golpear y coger esa pequeña pelota blanca durante unos pocos años, utilizar diferentes métodos para desgravar impuestos, y estaban salvados.»


(BUKOWSKI, Charles (1990): “Strikeout”. En Hijo de Satanás. Madrid: Anagrama, 2008; p. 143.)


Adviértalo

Si Dios fuera un muro de kriptonita recubierto de plomo y usted fuera Superman, usted estaría jodido.

Pero usted es un hombre, y tiene instrumentos más que suficientes para derretir el plomo, extraer la kriptonita y hacer con ella collares y anillos verdes.

Podría, entonces, reducir el muro a nada, y demostrar que tan solo es una construcción humana.

.

11 noviembre 2009

«Santa Mierda»

«[…] No era justo. Pero, ¿qué era justo? ¿Ha habido alguna vez un instante de justicia para los pobres? Toda esa mierda sobre la democracia y las oportunidades con la que los alimentaban era sólo para evitar que quemaran los palacios. Claro, de vez en cuando había un tipo que salía del vertedero y lo conseguía. Pero por cada uno que lo conseguía había cientos de miles enterrados en los barrios bajos o en la cárcel o en el manicomio o suicidados o drogados o borrachos. Y muchos más trabajando por un sueldo de miseria, desperdiciando sus vidas por la mera subsistencia.

La esclavitud no ha sido abolida, solamente se ha expandido para incluir a nueve décimas partes de la población. En todas partes. Santa Mierda.»


(BUKOWSKI, Charles (1990): “Acción”. En Hijo de Satanás. Madrid: Anagrama, 2008; p. 67.)


Silogismo de Drácula

The blood is life.
No blood, no life.
After life, as there isn't blood, there's no life.

[La sangre es vida.
Si no hay sangre, no hay vida.
Por tanto, después de la vida, como no hay sangre, no hay vida.]
.

23 octubre 2009

22 octubre 2009

¡Pero aún puede desfibrilar!

Recuerde:

U s t e d
e s t á
C I E G O.


Por tanto,

usted no puede
bajo ningún concepto
comprender estas palabras.
.

Consúltelo

Recuerde:

La luz
no está
al final del túnel.

La luz
está

aquí mismo.

Si usted no la ve,
consúltelo
con otro oculista.
.

21 octubre 2009

Reivindíquese

Recuerde:


Usted no es nadie
para no ser alguien.


Reclame, exija
su personalidad.
.

Las distopías no son novelas, son metáforas de la realidad

La ignorancia da la felicidad. Y usted tiene derecho a ser feliz: tiene todo el derecho del mundo a ser feliz. En consecuencia, usted no sólo tiene el derecho, sino también la obligación de ser ignorante. Por tanto, el gobierno de su país se encarga de proporcionarle a usted la felicidad, toda la felicidad del mundo.

Distopías como 1984, Un mundo feliz, Fahrenheit 451 o Rebelión en la granja, no son novelas. Repetimos: no son novelas. Precisamos: no son ficción.

Son, sencillamente, metáforas de la realidad. Puesto que hacer una descripción de la realidad tal y como es no sirve para nada, los autores de estos textos optaron por elaborar metáforas de la realidad.

Como se sabe, toda metáfora tiene dos planos: el plano real (R) y el plano evocado (M). El libro sólo presenta el plano evocado (M). El lector debería advertir que el plano real (R) se sitúa, ni más ni menos, donde mueve su culo, es decir, en la mismísima realidad. Y al advertirlo se dará cuenta de que él forma, como le ocurre a los personajes de la metáfora que lee, parte de un sistema que aniquila la personalidad, la identidad, la individualidad.

La literatura arroja luz sobre los ojos, pero los ojos, que están hechos para recibirla, están acostumbrados a la penumbra en la que viven durante tantos años. Primero: el Ratoncito Pérez, el Hombre del Saco, el Coco, el Niño Jesús, los fantasmas, los Reyes Magos, los espíritus. Después: Cupido, la media naranja, el alma y el espíritu, el Cielo y el Infierno, Dios y Satanás.

Tantas mentiras inculcadas –consciente e inconscientemente– desde la más tierna infancia tejen al hombre una telaraña en las pupilas y lo convierten en un ser incapaz de ver. La literatura va rasgando las telarañas y permite que se adentren en tus ojos rayitos de luz, hasta que un día no es un rayito, sino el sol mismo el que se adentra en tus ojos y entonces ya tú eres todo visión.

Al calificar estas obras como “novelas” el lector se despista. Cree que lee ficción, que lee cuentos, que lee mentiras. (Marcel Bataillon no quería que lo llamasen filósofo, porque la filosofía es más ficción: reivindicaba que lo que él hacía era describir la realidad, pero se le sigue encorsetando bajo la etiqueta de filósofo y, por tanto, de constructor de sistemas racionales de pensamiento.)

Así que, repetimos: no son novelas, no son ficciones. Son metáforas de la realidad. El lector que piense que lo que lee es pura ficción y que no tiene mucho que ver con la realidad en la que vive será, sin duda, el hombre más feliz sobre la faz de la tierra: el hombre más ignorante, porque ya se sabe: La ignorancia da la felicidad.

Así que ya saben: si ustedes quieren ser extremadamente felices, profundicen en su ignorancia. Sigan manteniendo sus ojos cerrados, no permitan, ni por un instante, que les entre un poquito de luz, porque la luz quema, y sus ojos, que se hicieron para ver, están más tranquilos tras los párpados, bajo el sueño.

La ignorancia da la felicidad. Y usted tiene derecho a ser feliz: tiene todo el derecho del mundo a ser feliz. En consecuencia, usted no sólo tiene el derecho, sino también la obligación de ser ignorante. Por tanto, el gobierno de su país se encarga de proporcionarle a usted la felicidad, toda la felicidad del mundo.

Desprecie el conocimiento.

El conocimiento no da felicidad.

Sea ignorante.

Sea feliz.

20 octubre 2009

Irremedible

El día que Jesús bajó de nuevo apenas reconoció nada: tan cambiado estaba todo. Pasó varios meses deambulando por las calles de diversas ciudades, por diferentes países. Escuchó. Observó. Conversó e interrogó, hasta que a la tercera semana tuvo su visión, y comprendió que no. Así se lo comunicó a uno de los hombres:

—Esta vez ni siquiera vale la pena hacerme pasar por profeta —le decía a un hombre ebrio que, apoyado en la barra, seguía bebiendo—, porque ya son demasiados los que fingen, muchos de ellos ni siquiera son conscientes de que viven una mentira inconmensurable. He visto que incluso se han organizado en sociedades y en asociaciones para profetizar. Lo de profeta fue un buen truco en aquella época, pero hoy no tiene sentido, por lo que veo, aunque sigue funcionando. Así que, mucho menos morir. No valdría de nada porque...

—Bueno... —murmuró el hombre borracho—, igual hoy ya no te certifican, digo..., te crucifican, igual no te crucifican y sólo te meten veinte años, según lo que hagas, claro, o igual si te vas a Estados Unidos o a Irán o a la China igual allí te ejecutan con una inyección, o te matan a pedradas, o te liquidan con un tiro en la cabeza, pero igual si me invitas a otra copa...

El hombre miró a Jesús y éste concedió. Le hizo una señal al camarero.

—No, eso no serviría de nada. Si acaso, para redimiros, tendríais que destruirme con una bomba atómica tan potente que redujera el mundo a ceniza, a polvo cósmico.

—Eso, mejor no nos remidas, digo..., no nos redimas, que yo quiero seguir bebiendo...

—Redimas... Eso me recuerda a Dimas. Dimas era...

—Sí, ya sé, el buen ladrón. A otro con ese cuento. Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Yo, Jesús, encantado.

—Ya, claro, cómo no, Jesús. Yo soy Gestas, igual, un placer.

—¿Gestas?

—Sí, el ladrón hijo de puta, jajaja...

—En realidad dio lo mismo, ¿sabes?

—Sí, igual da lo mismo, que no vamos a ningún sitio, ¿verdad?

—Hombre, ¿qué quieres que te diga yo?

—Quiero que desaparezcas.

Y Jesús pagó la cuenta y despareció. El hombre ebrio apuró su última copa y, contento por no tener que pagar, se marchó. Jesús estaba afuera, bajo la lluvia.

—Entonces no te has ido aún.

—No, quería despedirme.

—Pues igual no te despidas, déjame en paz.

—No puedo. Me han puesto por todos sitios. Mira, allí encima —señaló el portón de madera de una casa— también me han puesto.

—Me da igual. Adiós.

—¿Ves? Hasta ahí me han puesto, hasta en el lenguaje me han metido.

—Bueno, remide a, digo..., redime a quien quieras, igual yo me tengo que ir. Igual nos vemos otro día por aquí y me sigues contando..., si me invitas a algo, claro.

—Te acompaño un poco en tu camino —le dijo Jesús, mientras pasaba su brazo sobre los hombros del hombre.

—¡Te he dicho —gritó, exaltado, embriagado— que me dejes en paz! —Y le empujó con todas sus fuerzas. Jesús cayó y se golpeó la cabeza contra el escalón de la puerta del bar. Después de permanecer inmóvil un minuto, el hombre echó a andar, mirando hacia todos lados, dejando tras de sí un desfile de huellas ensangrentadas.

Cuando llegó a su casa se quitó la ropa y se metió en la cama. No podía dejar de pensar en Jesús y en la hilera de huellas sangrientas que había dejado desde la puerta del bar hasta el portal de su casa, que estaba a escasos quinientos metros. Pero daba igual. Igual lo iban a encontrar, porque la gente del bar lo conocía y lo habían visto con Jesús toda la noche y la policía no tardaría en presentarse en su casa.

Él no negó nada, sino todo lo contrario: se explayó en los detalles. Les contó cómo había coincidido con Jesús por la mañana y cómo había pasado el día con él recorriendo bares. Jesús era un tipo solitario, les dijo, pero generoso. Le había invitado a todo: a las cervezas, a comer, al carajillo, a las copas. A todas las copas.

# # #

No pusieron en duda su condición de borracho, porque sólo había que verlo para saber, al instante, que era un hombre alcohólico hasta el extremo y que necesitaría meses para rehabilitarse, si es que era posible rehabilitarlo. Pedía una cerveza, aunque sea una cervecita, un montón de veces. Necesitaba beber, porque llevaba semanas sin probar más líquidos que agua, zumos y café. Estaba nervioso siempre, con la mirada inquieta y las manos incapaces de permanecer inmóviles. Aunque sea una cervecita, suplicaba cada pocos minutos.

—Igual me pagó quince copas, o más, yo no sé, pero qué faena, porque mañana iba a invitarme a más. Yo qué culpa tengo de que se haya matado, si fue un accidente, y además, para que vean, por cierto, ¿una cervecita no...? Bueno, igual después me traen una, ¿no?

—Ya veremos —le decían siempre—, según cómo te portes.

—Pero si yo, jefe, yo igual me porto bien, ya se lo he dicho todo. Que lo empujé porque me quería..., la verdad es que no sé lo que quería, pero parecía que quería besarme y, mire, jefe, yo eso no, ¿eh?, que igual borracho sí puede que sea, pero marica, no, y porque igual a usted no le ha pasado, pero es que a mí me pasa mucho, que vienen maricones a invitarme a beber y, claro, yo me dejo, pero cuando luego quieren hacer cosas sin ni siquiera preguntar pues no, igual no me da. Y lo empujé y se mató, igual fue mala suerte, aunque él no debería haber muerto, igual no lo entierren todavía, ¿eh?, porque de aquí a tres días éste se levanta, si es Jesús, jefe, si ya lo hizo, cómo no lo va a volver a hacer, aunque se le veía tan decaído que yo ya no sé, jefe, igual no se levanta más y no nos remide, digo, no nos redime. A mí, igual, seguro que no, jefe, porque sé que de aquí ya no salgo, ¿no, jefe?

—Si te portas bien, Gestas —le decía uno de los enfermeros—, puede que salgas en unos meses, pero tienes que tomarte la medicación. ¿Te la tomas?

—Claro, si ya sabía yo que ustedes igual son gente de palabra, claro que me la tomo, venga esa cervecita, jefe...

18 octubre 2009

Dolor de dedos

Por más que insistía, no era capaz de desatar aquella cuerda. Estaba atada al respaldo del banco del parque en el que se sentaba todos los días a la hora del almuerzo. Cuando empezaron a dolerle las uñas, sacó las llaves y lo intentó con ellas, pero también le dolían las yemas de los dedos, y las uñas se le ponían blancas de la presión, pero, para presión, la que experimentó en las uñas de sus dedos índice y corazón de la mano derecha cuando ésta resbaló y golpeó, con una fuerza tremenda, el respaldo de madera del banco.

Fue como sentir dos alfileres enormes atravesándole las uñas a esos dos dedos y las respectivas yemas. Fue un dolor tan intenso que le provocó un mareo vertiginoso. Se le nubló la vista. Sus ojos parecían estar ardiendo. Le gustaría decir que apenas sentía sus dos dedos, pero, taladrados por aquellas púas, los sentía demasiado, y pensó que hay ciertas cosas que no habría que sentir tanto.

En cambio —pensaba mientras, aún con los ojos cerrados, se chupaba las puntas de sus dos dedos, las embadurnaba en saliva y les soplaba—, otras cosas más importantes ni siquiera las sentimos, porque no somos conscientes de la realidad de su existencia, de hasta qué punto existen con tanta o más, claro, muchísima más intensidad que este dolor de dedos incapaces de desatar un mísero nudo.

#x#

17 octubre 2009

Responso en rojo limbo

.......................................in memoriam O. G.
Roja de roja pulpa
y acuosa roja gula,
a quien el rojo orgasmo
ardió la roja vulva
de roja poseída,
mientras el rojo airado
quemaba su pupila
de roja ardiente vida,
al fundir su rojura
de intacta roja furia
y roja enardecida.


...............................Arenas &
.................... ...Ed.Expunctor

Responso en negro abismo

.......................................in memoriam O. G.
Negra de negra arcilla
y abierta negra tiza,
a quien el negro barro
cubrió la negra mano
de negra enfebrecida,
mientras el negro manto
tapaba su ceniza
de negra esencia hendida,
al hervir su negrura
de exacta negra duda
y negra bendecida.


...............................Arenas &
.................... ...Ed.Expunctor

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Esto hicieron dos poetas
que bebían
y fumaban
en el sótano de un bar.

13 octubre 2009

Timidez

Perfectamente
un toro mugiéndome adentro de la faringe,
o un búfalo embistiéndome la tráquea,
incluso una locomotora que descarrila por mi garganta,
o una pequeña bomba repleta de cactus que estalla tras la lengua
con todas sus flores llenas de espinas;
también
termitas carnívoras
u ortigas enredadas,
y hablando de ortigas,
quizá sea una urticaria
tan íntima y tan tímida
que aún no se atreve a salir.


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[[Nota metatímida —que de tan tímida sólo se atreve a aparecer entre corchetes dobles—. Para ti, que llegas desde Google buscando cómo superar tu timidez: sólo tienes que abrir la boca y vomitarlo todo, sin concesiones, sin contemplaciones, sin reparos, sin preámbulos ni preludios, y mientras te sale todo verás que con todo también sales tú.]]

06 octubre 2009

¿Olimpiadas?

¿Os habéis quedado sin juegos olímpicos? ¡Oh, qué pena! ¡Ay, pobrecicos! Nuestros políticos, que pensaban que iban a dar el pelotazo de principio de siglo XXI y..., ¡casi! Ellos, que ya se estaban frotando las manos.

Observen, señores, que he dicho ellos, y efectivamente quiero decir todos, porque aquí, señores, cuando se trata de llenarse los bolsillos de billetes, se ponen de acuerdo al momento y sin ningún tipo de duda ni de preámbulo ni de comisión ni de pactos ni ná de ná.

¿Olimpiadas? Olieron dinero, ellos, todos ellos olieron dinero, un dinero... olímpico. Maletines de pértiga y billetes de relevos. Maratón de cheques. Eso es lo que olieron. ¿Acaso les importa España, el pueblo? Nunca les ha importado, y nunca les va a importar. Les importan sus cuentas corrientes..., que no son tan corrientes.

¿Eh? ¡Cómo mola! Los políticos de España, los que vacilan de ser nuestros representantes, esos que nunca se ponen de acuerdo ni para las pensiones ni para la educación ni para el color del papel del váter de los servicios de las Cortes; esos mismos, ante la perspectiva verde de las Olimpiadas, no dudaron ni un segundo, y dijeron sí, y animaron a su pueblo a apoyar las Olimpiadas en España, con un sí rotundo, un sí bancario, un sí con la manos prestas y los bolsillos abiertos.

El hombre de los seis millones de picores

Picar, pican:
pican, pican,
como pulgas,
como niguas.
Pican más
que la curiosidad;
más pican
que los mosquitos
estos picores,
estas tormentas sobre las pieles
de abrigo que llevo sobre la carne;
qué mejor que la carne desnuda y pura y viva y rebosante,
mejor sólo la carne
—¡la carne sola!—
sin más pieles que las mismísimas uñas,
que no pican,
y ojalá todo de uñas yo fuera,
pues no picaría.

04 octubre 2009

Estampa(dos)

tic tac toc
dice el reloj
talán talán
replica la campana
miaaaaau missss?
pregunta el gato
ra-ta-ta-ta-ta-ta
dispara el hombre
boooom buuum
el hombre insiste
aquí tiene el dinero
dice el banquero
chas chas chas
y apuñala con el cheque
muchas gracias caballero
agoniza el deudor
tic tac toc
sigue el reloj
taaaaalán taaaaalán
dobla la campana a traición
miaaaau miauuuu miss
advierte el gato
vuestros pecados serán perdonados
profetizan desde el púlpito
vuestro perdón es mero simulacro
responde alegre la vida
catacloc
sentencia la muerte
fin
concluye el autor

La culpa y la libertad

Hay una oración de la religión católica, el llamado “acto de contrición”, que dice: “yo confieso ante Dios todopoderoso [...] que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa [...]”.

Éste es uno de los infinitos ejemplos que ponen de manifiesto cómo de lo que se trata con la religión es de instaurar sistemática y perennemente el sentimiento de culpa en la conciencia de los hombres. Pero no sólo eso. Pecar “de pensamiento” se sitúa peligrosamente muy cerca de los llamados crímenes de pensamiento propios de los sistemas totalitarios, y no es casualidad que hace unos días se mentase aquí el sistema totalitario Iglesia católica.

Extendiendo al pensamiento el ‘pecado’ —recuérdese que, cuando la Iglesia controlaba y dominaba el poder civil, los pecados eran directamente crímenes, y como tal se juzgaba y ejecutaba, se asesinaba, a los pecadores, como ocurre actualmente con algunas teocracias musulmanas—, la conciencia del hombre que cree tales falacias permanece continuamente atormentada porque su naturaleza humana choca frontalmente con las reglas antinaturales que debe evitar para no caer en ‘pecado’. Nuestra naturaleza se dirige constantemente hacia ‘lo pecaminoso’, porque lo que la religión ha dado en llamar ‘pecaminoso’ es sencillamente un comportamiento natural en el ser humano: desde la mentira hasta la búsqueda de placer, todo acto codificado por la religión como pecado es un acto natural.

Al prohibirle comportamientos naturales, el individuo vive en una constante lucha consigo mismo. Las prescripciones religiosas calan tan hondo en la conciencia del hombre que éste está sometido a una tensión que sólo se resuelve de dos formas posibles: a) Asunción completa de tales prescripciones, que desde entonces se tendrán como reglas naturales e indiscutibles, con la consiguiente pérdida de su personalidad y de su identidad, pero en este caso la resolución de la tensión no es completa, pues la conciencia del sujeto sigue atormentada y confundida; b) Ateísmo, con la consiguiente liberación y recuperación progresiva de la personalidad y de la identidad propias del individuo.

El ateismo, pues, libera al hombre de las invenciones antinaturales, esquizofrénicas y delirantes de las religiones. Estas invenciones metafísicas, sin embargo, no sólo habitan en el mundo prerracional-mágico-religioso-ilógico, sino que se han instalado en el mundo civil, ¡en el mundo racional!, que las acepta y las fomenta, precisamente por el poder omnímodo que la religión ha ejercido durante tantos cientos de años sobre las sociedades, y porque al poder, a fin de cuentas, no le viene nada mal tener unos súbditos sumisos e ilusos.

El religioso, el creyente, es un hombre culpable —¡culpable hasta por nacer!—, mientras que el ateo es un hombre libre —libre hasta morir...—.

01 octubre 2009

Ojos que no vieron, pero ojos que ven

Ese desasosiego del cuerpo,
esa laxitud de los músculos
que corroe caníbal tus tendones y te desarma
y te deja con los brazos caídos
y la mandíbula batiente
-rabia viva, pura furia-.

Y todo ello, cortesía del conocimiento.

El conocimiento provoca en el organismo unos temblores, unas transformaciones... Cuando conocemos algo el mundo cambia, pero ese algo que modifica nuestra visión del mundo y nuestra sensación de estar en el mundo es un algo que es importante para nosotros. Conforme vamos conociendo, vamos cambiando. Ya no hay ojos que no vean ni cuerpo que no sienta, porque los ojos ven, y la visión produce una modificación del cuerpo y de su actitud en el mundo.

Ver es desilusionarse, es agonizarse, es endurecerse. Ya vemos y somos reales agonistas ailusos y curtidos. Como sabemos a qué atenernos pero desconocemos a qué se atienen los otros, sospechamos, y a través de las sospechas descubrimos las ranuras, los intersticios por los que resplandece, pura, dura, despiadada, virginal y corrompida, bella y sublime, dulce y terrorífica, la realidad.

30 septiembre 2009

Cuestión de género

Después de tocarla y manosearla durante varios minutos (¡cuántas cosas se pueden imaginar en pocos minutos!), tras mucho palparla por delante y por detrás con las yemas de sus dedos y con las palmas de sus manos (¡qué velocidad tiene la imaginación!), incluso acercando la cara a ella para olerla y notar su tacto contra sus mejillas (¡sus ojos cerrados le delatan y descubren lo que imagina!), acariciándola con sus labios (¡cómo le delatan sus labios...!); después de todo eso, mientras aspira embelesado, piensa que no sería capaz de decidirse entre si es una buena tela sin ningún género de dudas o si lo es sin ninguna duda de género, pero de lo que no cabe duda de ninguna especie es de que el género es excelente, vaya si lo es.

—Por favor, caballero —le interrumpe el encargado, que le apunta con un pañuelo de seda rojo—, se puede tocar el género, pero sin babear sobre él...

—Difcufpe —farfulla, abochornándose, y aparta la tela de sus labios. Durante unos pocos segundos (¡cuántas cosas se pueden imaginar en pocos segundos!) se queda callado, mirando a aquel chico del pañuelo rojo—... Disculpa... Me lo llevo. Todo lo que tenga..., lo que tengas, de este género... ¿Cómo te llamas? —pregunta, con el rubor aún en sus mejillas, mientras mira, delatándose con el brillo de sus ojos y con la sonrisa de sus labios, al encargado, que comienza a agitar lentamente, mientras se muerde el labio inferior, el pañuelo—.

28 septiembre 2009

Y también el sol...

Y también el sol
en el mar rïela.

La visión atea y la ilusión religiosa

El ateísmo es visión; la religión es ilusión.

La afirmación del ateo de que después de esta vida no hay nada es demasiado dura para los esquemas mentales del creyente religioso. Este creyente, que ha asumido y aceptado como un hecho normal y natural la existencia de una vida ultraterrena, suele decir que sería muy triste que después de esta vida no hubiera nada, porque, ¿entonces para qué? Unas veces el creyente utiliza el término triste; otras, desilusión; otras, incluso, mierda, o desolador.

Si comparamos la visión atea con la ilusión religiosa, ésta gana porque genera unas expectativas fabulosas (literalmente: fantásticas): ¡una vida eterna! El creyente que ha vivido imbuido en semejante ilusión es incapaz de atisbar siquiera, mucho menos de comprender, la realidad del mundo, porque esta realidad supone una desilusión enorme para quien ha crecido creyendo en una vida eterna a la que sólo tendrá acceso cuando muera.

El creyente tiene derecho a pensar como quiera (aunque no se sabe qué piensa él, porque lo que dice pensar no ha sido pensado por él, sino que es una metafísica que ha sido configurada a lo largo de dos mil años y que él ha asumido sin más), pero el creyente, en este punto, tendrá que admitir sin concesiones que él se sitúa en un punto de vista mágico, religioso, prerracional e ilógico, en tanto que el ateo se sitúa en un punto de vista realista, racional y lógico.

El creyente (irracional e iluso) y el ateo (racional y realista) se oponen, por tanto, de la misma manera que el ser humano (mortal, etc.) se opone a la idea de Dios (inmortal, etc.): una oposición frontal, absoluta, pues uno representa lo contrario del otro.

27 septiembre 2009

Asesinos en serie que matan con hambre

—Alrededor de 24.000 personas mueren cada día de hambre o por causas relacionadas con el hambre.*

* Dada la confusión reinante entre los verbos morir y matar, hay que aclarar que casi nadie muere de hambre, sino que a la inmensa mayoría la matan con hambre. Los gobiernos que no hacen nada realmente efectivo para evitar algo tan fácilmente evitable como es la muerte por hambre de seres humanos; esos gobiernos, que son todos los gobiernos, son responsables de la muerte por hambre de tanta gente... Esos gobiernos que representan a los hombres de la tierra: ¡los representantes de los hombres matan con hambre a otros hombres! ¡Nuestros representantes matan con hambre a unas 24.000 personas cada día! ¡Nos representan asesinos, pero asesinos en serie! Asesinos que no sólo matan con balas y bombas, y con fuego y armas químicas, sino que se han refinado en el arte de matar con hambre y no sentir ni mostrar el más mínimo atisbo de responsabilidad.

25 septiembre 2009

Reventadores (por cortesía de los gobiernos) de manifestaciones

Que digo yo que a las manifestaciones importantes, ésas en las que la gente se manifiesta a gran escala para reivindicar un mundo más justo y todo eso, sí, aquéllas en las que los manifestantes suelen tener ante sí un batallón de policía con cascos y con escudos y todo eso porque la manifestación tiene lugar frente a los lugares estos donde se reúnen los presidentes de los gobiernos de los países más poderosos del mundo, pues que digo yo que siempre, sistemáticamente, en todas las manifestaciones estas, las que suelen situarse frente al G-8, al G-20 o al Punto-G, para protestar contra el sistema político, el sistema económico o el sistema púbico, en todas hay un grupo de gente que las revienta, siempre encapuchados, que dices tú que sí, que pueden ser unos radicales de izquierda medio analfabetos y colocados, pues también, porque los hay, pero que digo yo, y sólo es un decir conspiranoico, que igual unos cuantos de ésos que revientan las manifestaciones son en realidad unos agentes infiltrados de algún grupo de élite creado por los gobiernos ex-profeso, o sea, a casico hecho, para reventar las manifestaciones y que la gente que las vea en las noticias sólo retenga esa impresión, eso mismo, a los encapuchados tirando piedras, cócteles molotov y quemando contenedores y coches, y que de esta manera la gente ya tenga una excusa fácil y cómoda para quedarse en sus cómodos sillones frente a la televisión, porque así no se fijan en que hay cierta gente que se mueve y protesta y reivindica un mundo donde no haya otras gentes que mueran de hambre, o de cólera, o de sarampión, o de rubeola, o de hambre, o de hambre, o de hambre, digo yo.

23 septiembre 2009

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XXXII
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22 septiembre 2009

Prohibiciones y prohibidores

Si llegan a prohibir fumar en los bares, espero que sean consecuentes —los señoritos del poder legislativo, que vienen a ser los del ejecutivo, que nombran a la mayoría de los del judicial— y prohíban circular a los coches y funcionar a las fábricas, porque si yo te mato con mi humo, no te matan menos los humos de los coches ni los de las fábricas.

En este punto, las prohibiciones de los políticos son tan hipócritas y tan incoherentes como en tantos otros temas. Prohíben el cannabis y permiten el alcohol; prohíben el asesinato y entrenan a asesinos; prohíben la prostitución y se prostituyen ellos mismos; prohíben el robo y roban, y prevarican, y cohacen, y malversan, y manipulan, y mienten, y se justifican y se sonríen y siguen robando.

Deberían prohibirse a sí mismos, y dictar una ley tanática que les decrete su guillotina.

Macroerotismo panóptico-confuso

El macroerotismo panóptico-confuso es aquel mundo-vorágine intensivo y extremo del erotismo donde confluyen sucesiva y simultáneamente todas las facultades y aptitudes conscientes e inconscientes de los sujetos, que se dilatan y se concentran en función de la confusión de sentidos imperante en cada momento o en cada simultaneidad de momentos, pues dentro de los confines macroeróticos el tiempo se desdobla, se indetermina o queda en suspenso, según los sentidos que se junten y se mezclen, y según qué tratos hagan o deshagan.

Si en el microerotismo sólo entran en juego el fuego y la lengua, en el macroeromundo panóptico-confuso no sólo entran, sino que también salen, con un movimiento variable en rapidez y tensión, todos los órganos —que son ya pura incandescencia— que conforman el cuerpo, desde la uña del dedo índice de la mano izquierda hasta el lóbulo más íntimamente oculto del cerebro, que para un libre nadar debe ser despojado de todo lastre del que se tenga o no consciencia.

Consciencia e incandescencia: he aquí dos asideros irrenunciables del macroerotismo, guías conspicuos de la corporeidad que se despojan mutuamente de sí mismos y se reintegran. Desprendimiento y restitución: he aquí dos momentos necesarios del macroeromundo, instantes de durabilidad indefinida que se adelantan o se superponen siguiendo siempre el ritmo de la respiración, que proporciona a cada poro una galaxia de ojos reptiles y táctiles y convierte los cuerpos en un inmenso tótem panóptico-confuso.

21 septiembre 2009

Microerotismo volcánico-lingüístico

El microerotismo volcánico-lingüístico es aquella parcelita del erotismo donde concurren simultáneamente el fuego /...la lava/ y la lengua /el susurro.../, en proporciones tan minúsculas pero con tanta concentración e intensidad que no hay voces articuladas, sino suspiros intrascendentes, instintivos, reflejos, pues la lengua no puede a la vez hablar y besar, ni hay explosión, sino crecimiento, aumento, progresión, pues siendo fuego, la lengua no puede ser palabra.

Sólo conforme crece el suspiro, cuando el fuego empieza a extenderse desde la punta de la lengua —desde donde brotan los susurros primeros y las primeras chispas— y a convertir los cuerpos en vivas e inquietas incandescencias, vamos abandonando los límites del microerotismo volcánico-lingüístico y nos adentramos en los confines del macroerotismo panóptico-confuso.

20 septiembre 2009

Hasta las gafas

Aún resollando, tuvo que agacharse para recoger la llave del suelo y, temblando, trató otra vez de introducirla en la cerradura, pero ya era tarde, porque notó en su hombro cómo una mano le agarraba con fuerza, y ni siquiera gritó, porque el terror le atenazó la mente de tal manera que no pudo mover un solo músculo ni articular un solo sonido.

Con ojos sumisos se dejó caer sobre el suelo, incapaces sus piernas de sostenerle, arrepintiéndose (mientras se lo robaban todo) de las tres cerraduras (el reloj) que había instalado (la cadena de plata) dos semanas atrás (el móvil) en la puerta de su casa (el anillo de oro de su boda) para evitar (la cartera) que le robaran (su mujer, últimamente obsesionada con la seguridad, se había empeñado), pero a él (dentro de la cartera, en un ticket del supermercado, escrito con lápiz verde de ojos, estaba el número de teléfono de la mujer morena que llevaba el turno siguiente al suyo en la pescadería, la mujer del piercing en la ceja izquierda, la de aquella sonrisa) no le había dado tiempo (el maletín) ni siquiera (el portátil) a abrir (¿Y si no volvía a encontrársela?) la segunda cerradura (hasta las gafas).

La religión contra la ciencia. Historia cíclica de una oposición continua

Del mismo modo que en la Edad Media la Iglesia se oponía a que los médicos investigasen con cadáveres, en el siglo XXI la Iglesia se opone a que los médicos investiguen con células madre.

Como se observa, la Iglesia se opone sistemáticamente a los avances de la Ciencia (como leí hace poco en Buenos presagios, de Terry Pratchett y Neil Gaiman, lo de los fósiles de dinosaurios es una broma que los arqueólogos no terminaron de pillar...), porque la Ciencia destruye y aniquila las bases de las religiones, y pone en evidencia que no son más que una sarta irracional de cuentos infantiles, falacias, mitos, relatos mágicos y leyendas.

Ésta, y no otra, es la explicación de la oposición constante de la Iglesia a la Ciencia. La fe se derrumba, claudica, muere ante la razón, de ahí que la Iglesia se vea obligada a impedir y obstaculizar con todas sus fuerzas y con todo su poder el avance de la Ciencia, la luz de la razón, la claridad del intelecto racional. Y ello aún a costa de la vida de tantos hombres y de tantas mujeres...

P. D. La Iglesia, por ejemplo, no condona la vida con condones. Condena al sida. Sencillamente, señores, el Papa, entre otras cosas, hace apología de la enfermedad y de la muerte. Niega la eficacia del preservativo (la Iglesia se opone, otra vez, a la Ciencia), no ya como anticonceptivo, sino también como protector de enfermedades venéreas y mortales, casi como los pecados, que se dividen en veniales y mortales. Es decir, el Papa miente y engaña, y difunde su mentira por todo el mundo, porque esto no es una cuestión de opinión, señores, sino un hecho científico comprobado: si lo niegas eres un tonto, un ignorante o un hijo de puta, según la intención con que lo niegues y las consecuencias de tu negación.

Cualquiera diría, entonces, que el Papa no es sino Muerte, uno de los Jinetes del Apocalipsis, que disemina su semilla allá por donde pisa y arrasa con las vidas de los hombres y de las mujeres que pueblan la tierra. Cualquiera lo diría, si no fuera porque los Jinetes del Apocalipsis no existen. El Papa sí existe, y en este punto —en el punto de su contribución al contagio y expansión de la enfermedad y de la muerte a las gentes que no usan preservativo haciendo caso de lo que dice el representante de Dios en la tierra— tiene una responsabilidad. ¿Responderá? No creo.

19 septiembre 2009

La vida y el sentido

La vida es una sucesión interrumpida y discontinua de casualidades que se producen, únicamente, porque el mundo es pequeño y limitado. Tratar de ordenarlas y darles sentido es una pura obsesión metafísica, al igual que es una pura obsesión metafísica tratar de buscarle un sentido a la vida más allá de la vida misma, más allá del vivir, del estar vivo, del estar viviendo.

P.D. Al sentido de la vida hay que añadir los sentidos del cuerpo (que son seis: vista, oído, gusto, tacto, olfato y cerebro), que nos permiten disfrutar —¡y de qué maneras, señores, de qué maneras!— de la vida.

¿Hacer o no hacer?

Le bastó un par de segundos para darse cuenta de que, en realidad, aquello no tenía más importancia ni trascendencia de la que el mundo le daba, de modo que el asunto era irrelevante, y su insignificancia era tal que no podía, por más que su primera reacción fuera rechazarlo, dejarlo pasar, porque estaba allí, expuesto, exhibido ante la vista de todos, y semejante derroche de esplendor era, sin duda, una provocación, incluso un insulto, a sus ropas raídas y a sus zapatos viejos y a su estómago vacío.

Advirtió que su reacción no respondía a una iniciativa suya, sino a las directrices que le habían instalado en el cerebro a lo largo de su vida, pues desde que era pequeño le habían estado enseñando, por activa y por pasiva, que aquello no había que hacerlo porque estaba mal.

Pero, pensó, el mal no puede existir. Cayó en la cuenta de que el mal no es más que un invento de ellos, una invención que, de tan arraigada como estaba en el mundo, se tomaba como algo natural y evidente.

Así pues, una vez que tuvo clara la distinción entre lo que el mundo exigía y lo que él deseaba, actuó en consecuencia, y lo deslizó bajo su abrigo. Salió de la iglesia disimulando tanto que sólo cuando alcanzó la calle se dio cuenta de que silbaba, apretando el crucifijo de oro macizo bajo el brazo, la banda sonora de Por un puñado de dólares, que era, ni más ni menos, lo que él necesitaba.

17 septiembre 2009

El hombre que desafiaba a los transeúntes

Y sin embargo estaba sangrando. Eso sí: no sentía el más mínimo pudor. Su sangre manaba a borbotones de su nariz mientras él tosía. No tenía el más mínimo reparo en exhibirse allí, en medio de aquella plaza llena de gente. Su ropa, toda blanca, ya era de un color rojo insistente, y desprendía un olor tan rojo y tan intenso y tan densamente líquido que aturdía a todos los transeúntes que le rodeaban. Sus rostros delataban una aversión inconmensurable, pero sin embargo miraban: no podían dejar de mirar, a pesar de que sentían una repulsión máxima, una repugnancia extrema.

Miraban cómo su cuerpo se desangraba por su nariz, miraban cómo tosía con ese descaro, con esa mirada desafiante, con tanta desvergüenza que parecía un desalmado; miraban la poca consideración con que se moría, el poco aprecio que mostraba por la vida y por la muerte.

Si hasta parecía que, en los intervalos durante los que no tosía, sorbiera su propia sangre para regurgitarla a caso hecho con el siguiente ataque de tos, como diciendo me la bebo y la escupo, la vida, y me mancho la ropa, y me muero, y qué, pero con esa mirada que cualquiera diría.

Salvo mirar, ninguno de los transeúntes dijo nada, pero la mayoría hizo fotos con las cámaras de sus teléfonos. Algunos, incluso, grabaron la escena.

10 septiembre 2009

Complicaciones

Se levantó después de estar media hora esperando que sonase el despertador, se ató los cordones de los zapatos, se puso los zapatos, abotonó la camisa, se puso la camisa, abrochó los botones del pantalón, se lo embutió con alguna dificultad, masticó dentífrico, se restregó los dientes con el cepillo de dientes, se enjuagó la boca y se quitó, con unas pinzas de depilar, las legañas. Fue, antes de desayunar, a la gasolinera, y volvió al garaje de su casa con la boca llena de gasolina, abrió el depósito y escupió adentro. Repitió la operación cuarenta y siete veces, hasta que por fin, a las siete en punto de la mañana, pudo irse a trabajar. Menudo día le esperaba. Otra vez.

Se complicaba la vida de una manera...

07 septiembre 2009

Hombres-víctimas y hombres-verdugos

No hay hombres buenos ni hay hombres malos. Lo que hay son hombres que actúan dentro de las posibilidades de acción que tiene el hombre.

Hay hombres que roban, y a éstos los llamamos ladrones. Hay hombres que matan a otros hombres, y a éstos los llamamos asesinos. Hay hombres que ayudan a otros hombres, y a éstos los llamamos solidarios.

Hay, en fin, entre tantos otros, hombres que se aprovechan de la ceguera de otros hombres y dirigen sus vidas, y las ordenan, y las determinan, y las manipulan, y las formatean, y los conducen por caminos fácilmente escrutables; y si a estos hombres-víctimas los llamamos ciudadanos, súbditos, fieles, vasallos, siervos o feligreses, a aquellos hombres-verdugos los llamamos políticos, gobernantes, pastores, dirigentes, curas, líderes o papas.

06 septiembre 2009

La religión y los videojuegos: coincidencia y divergencia

Coincidencia. Al igual que en los videojuegos el jugador dispone de varias vidas, en la religión el individuo tiene, además de la suya, otra vida, con la ventaja insuperable de que esta segunda vida es eterna, opción que en el videojuego sólo puede lograrse con el truco que da al jugador la invulnerabilidad.

Divergencia. Mientras que en los videojuegos el jugador es —salvo enfermedad mental— plenamente consciente de que vive una ficción temporal que acaba cuando termina la partida, en la religión el individuo —debido a su alienación— es plenamente inconsciente de que vive una ficción que acaba cuando termina la vida.

Figuras retóricas II: “Los caminos del Señor son inescrutables”

En la oración “Los caminos del Señor son inescrutables” se aprecia la figura retórica o enfermedad mental llamada esquizofrenia, que consiste en atribuir a un ser ficticio las cosas que ocurren en la vida de las personas, principalmente aquellas desgracias y catástrofes que fastidian, hieren, destruyen, humillan, aniquilan o hacen sufrir al ser humano.

04 septiembre 2009

Figuras retóricas I: “La fe es ciega”

En la oración “La fe es ciega” se aprecia la utilización de la figura retórica llamada hipálage, que consiste en referir un complemento a una palabra distinta de aquélla a la que debería referirse lógicamente.

En este caso, hay un desplazamiento del adjetivo, pues “ciega” no se refiere a la fe, sino a la persona que dice tener fe.

Dictadura o sistema totalitario Iglesia Católica

Premisa 1: Toda dictadura o sistema totalitario prohíbe un gran número de libros.

Premisa 2: La Iglesia Católica prohíbe un gran número de libros.

Conclusión: La Iglesia Católica es una dictadura o sistema totalitario.

Así, por ejemplo, en el Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum de la Iglesia Católica figura la novela Madame Bovary de Gustave Flaubert, así como una gran serie de filósofos y escritores como Balzac, Zola, V. Hugo, Nietzsche, etc.

Sin embargo, el sistema totalitario llamado Iglesia Católica no prohíbe todos los libros. En su Índice de Libros Prohibidos no figura el Mein Kampf de Adolf Hitler.

01 septiembre 2009

Se vende burro

Si te interesa comprar un burro, en “El Morata” (Calle Mayor, 2, Los Dolores, Murcia, 30011, Tlfno.: 968260319) venden uno —por motivos de crisis— mejor que Platero. El precio, a convenir, seguro que es bueno, y viene así de segunda mano:

-Pocos kilómetros.
-Buena presencia y poco consumo.
-Ecológico.
-Multiusos.
-Alegre y muy dócil.
-Sonido personalizado.
-Equipado con alforjas, jarcia y aguaderas.

31 agosto 2009

Asunción

No hay más opción que asumir las estrellas.

Podemos ponernos unas alas
de terciopelo cósmico,
ascender universo, tocarlas
y que nos arda de amor el alma,

pero todo será metáfora,
como las mariposas de la barriga.

La próxima vez que te aleteen,
destrípate
y comprueba si anidan adentro.

Te saldrá sangre y quizá bilis,
y trozos de tripas e intestinos,

pero todo será realidad,
como el dolor que te atenace.

Asumamos las estrellas,
y evitemos la ceguera que impone
lo que impera desde arriba.

29 agosto 2009

El plop del vacío al liberarse

Por más que insistió, fue incapaz de abrir aquel bote de banderillas picantes. Recordó el truco de la cucharilla, así que cogió una, hizo palanca en la ranura que quedaba entre la tapa y el cristal y, tras tres intentos, escuchó el plop del vacío al liberarse de sí mismo.

Empezó a comer banderillas, una tras otra, a una velocidad pasmosa, engulléndolas enteras: el pepinillo, la guindilla, la aceituna, el pimiento y la cebollita, todo junto, todo dentro de su boca, que masticaba y tragaba, masticaba y tragaba, así hasta doce veces. Mientras se atiborraba a banderillas pensó en el plop del vacío al liberarse, porque aquel sonido era el sonio del vacío al liberarse de sí mismo y diluirse en... Aquí su pensamiento se paraba y vacilaba, aunque su boca siguiera masticando y engullendo, pues no le parecía bien que el contrario del vacío fuera “el lleno”, o “lo lleno”, aunque en rigor lo era: el antónimo de vacío es lleno, eso lo sabía hasta un niño pequeño, de hecho él lo estudió quizá en tercero de E.G.B., pero no sabía hasta qué punto ese vacío que había dentro del bote de banderillas antes de abrirlo era realmente un vacío: allí tenía que haber algo, porque, de no haberlo, en aquel vacío estaría entonces contenida la nada, pero la nada era inconcebible, nunca nadie la había visto ni nunca nadie la vería, de modo que en aquel vacío del bote de banderillas no podía haber nada. Como su pensamiento se enredaba y se arrinconaba, mientras su boca seguía masticando una banderilla con un trozo de pepinillo enorme, se dirigió a las estanterías de la habitación y cogió el diccionario. Resultó que vacío significa, entre otras cosas, espacio carente de materia. Esto le confirmaba su primera intuición, pues la nada no puede ni siquiera estar en un espacio, pues un espacio ya es algo, aunque carezca de materia, pero ya es un espacio.

Dejó, con una nueva mancha, el diccionario en su sitio y regresó a la cocina. Cogió la última banderilla y se la metió entera en la boca abierta, que inmediatamente cerró, y tiró del palillo en que estaban ensartados el pepinillo, la guindilla, la aceituna, el pimiento y la cebollita. Masticó y, entretanto, abrió una cerveza con el mechero, haciendo palanca con su mano, y entonces volvió a escuchar el plop del vacío, y pensó que qué más daba no saber qué diablos era aquello del vacío, porque las cosas al vacío estaban realmente buenas. Nada más tener este pensamiento dejó el casco vacío de la cerveza sobre la encimera y eructó. Entonces, concluyó, éste debe de ser el eco del vacío.

28 agosto 2009

Reservas

Un día empezó a sospechar que andar con tantas reservas por la vida sólo le iba a traer complicaciones, así que cogió su agenda y el teléfono para empezar a cancelar todas las que tenía hechas.

Se sorprendió al advertir que tenía, para el próximo mes y medio, ni más ni menos que cincuenta y tres reservas en sitios tan distintos como, entre otros, un restaurante vegetariano y una corrida de toros. Tras analizar pormenorizadamente todos los lugares y eventos para los que tenía reserva, empezó a comprender que su vida era una sucesión ininterrumpida de contradicciones, porque al día siguiente, el veintinueve de agosto, tenía previsto asistir a una conferencia contra el maltrato animal y a la manifestación correspondiente, pero dos días después, el treinta y uno, tenía reserva para asistir como espectador y apostar en una pelea clandestina de perros.

Por más que se empeñase en tratar de lavar su conciencia, no dejaba de advertir las incoherencias de su vida. Si el día treinta iba a asistir a una subasta en la que pujaría por un lote de ropa Made in Bangkok del que las autoridades se habían incautado en la aduana, el primero de septiembre tenía previsto acudir a firmar en persona a las oficinas de Amnistía Internacional contra la importación y venta de ropa fabricada por mano de obra infantil, práctica de la que no se jactaban empresas como Nüke y tantas otras, que tan buena tajada sacaban de cada prenda.

Conforme pasaba las páginas de su agenda, su rostro se demudaba. Empezó a preguntarse quién diablos era y, tras un ataque de ansiedad, no supo ni quién ni qué ni cómo ni cuándo ni por qué, así que cogió el teléfono y reservó hora para el psicólogo. Tras colgar tuvo un momento de vacilación, pero finalmente marcó otro número y le pidió cita al curandero de un pueblo vecino.

Qué muerte más complicada

Nunca pensó que morir fuese tan complicado. Cuando dos tipos colocados encontraron su cuerpo, con dos agujeros en el pecho, dentro de un contenedor de basura, lo llevaron a objetos perdidos, porque le habían robado la cartera y allí, entre el olor a podredumbre que salía de las alcantarillas y los maullidos agónicos de gatos famélicos, no supieron qué hacer cuando no le encontraron ninguna identificación en los bolsillos, así que lo metieron en un carrito de supermercado y lo dejaron en la puerta de la oficina de objetos perdidos.

Allí estuvo su cuerpo dos días —¡dos días!— dentro de la caja de un contrabajo. Al tercer día llegó el forense, abrió aquella caja y dictaminó, inmediatamente y sin ningún tipo de examen preliminar ni posterior, “una muerte por sendos disparos de bala del calibre cuarenta y cinco que han impactado en cada uno de los ventrílocuos del corazón”.

—Ventrículos —se corrigió, carraspeando—. Siempre los confundo —añadió en voz baja, casi avergonzado, antes de toser y dar otra calada a su cigarrillo. Lo apagó en uno de los cierres dorados de la caja del contrabajo y lo arrojó a la papelera, pero la colilla cayó al suelo, a metro y medio de su objetivo—. Siempre fallo... —dijo, afligido, mirando los ojos abiertos del difunto.

En aquella misma caja transportaron su cuerpo al depósito de cadáveres, pero hubo un accidente, un choque en cadena sobre el puente, y la caja, cerrada, cayó al río. Cuatro días después la encontraron veinte kilómetros río abajo, entre unos matorrales que se comían el agua con un ímpetu de pitón.

Por fin llegó al depósito, donde permaneció los siete días reglamentarios a la espera de que alguien lo reclamara, pero nadie lo reclamó. Sin embargo, lo visitaron varias personas que buscaban a sus respectivos desaparecidos. Una pareja de ancianos que preguntaba por su hijo, cuya descripción era parecida a la de nuestro muerto.

El lector ya imaginará que el cuerpo de nuestro difunto estaba gravemente deteriorado, pues había servido de banquete a cangrejos, peces, gusanos, moscas, ratas y, por último, a un perro hambriento que se llevó gran parte de las piernas y de los brazos. Aún así, hubo un tipo que hizo una reconstrucción a lápiz del rostro, y aquel rostro, el que había dibujado aquel tipo, se parecía infinitamente al hijo de aquella pareja de ancianos.

—Pero no es él —se resignó el hombre—. Ésta no es su cara.

También: una mujer de cincuenta y pocos años, un chico de veintitantos, otra pareja de ancianos, una mujer de cuarenta y tres y diecinueve estudiantes de medicina, que le abrieron el pecho, extrajeron las balas y volvieron a coserlo, pero no hicieron nada por reconstruirle los brazos o las piernas, que eran las partes de su cuerpo que mayores desperfectos presentaban.

Pasados los siete días reglamentarios y las veintiséis personas que lo visitaron, el enterrador se llevó su cuerpo dentro de una bolsa negra. De haber estado vivo se habría alegrado de que, a pesar de no haber sido reclamado por nadie —¡y a pesar de todos los amigos que tenía!—, no hubiesen oficiado ninguna ceremonia para fingir que aquél no era el fin, que ahora vivía otra vida mejor.

Pero no estaba vivo, así que ni le importaba ni le dejaba de importar. Nada. Se trataba de un hecho absoluta y radicalmente indiferente para él, aunque no para su memoria, pero su misma memoria era historia. Así que el enterrador lo bajó de su furgoneta frigorífica y lo metió directamente en uno de los nichos destinados a los indigentes y a los sin nadie. No guardó el cuerpo dentro de la correspondiente caja de madera, porque en aquella ciudad había muchos indigentes y muchos sin nadie, y la madera la vendía a buen precio a un amigo carpintero. Así, al menos, podía permitirse algunos lujos, y sabía que a ellos, a los muertos, les importaba un pito. Como él decía:

—Ni les importa ni les deja de importar. Están muertos, y ya.

También cogía las cruces de oro y los marcos de plata que mucha gente dejaba sobre las tumbas, o en la repisa de los nichos, y los vendía a buen precio a un joyero amigo suyo, que los transformaba en nuevas cruces y nuevos marcos, y anillos, y collares, que vendía a mejor precio.

Después de tapiar el nicho y colocar la lápida de yeso en la que él mismo escribió algo a lápiz, volvió a su furgoneta y se fue.

Y allí se quedó nuestro difunto, con el cuerpo medio amputado, rajado y cosido, metido en una bolsa de plástico negro, sin un mísero ataúd que custodiara sus huesos, tras una placa de yeso en la que apenas se podía leer este garabato:

Juan Nadie 236.932

Pero qué más le daba al muerto. Ni le importaba ni le dejaba de importar. Estaba muerto, y ya.

Trece días antes de que el enterrador escribiese aquel número en la lápida de yeso, uno de los tipos que habían encontrado un cadáver en un callejón se dio cuenta de que el otro, su colega, le había tomado el pelo, porque el muy cabrón tenía debajo del fregadero, detrás de los botes vacíos de cerveza, la cartera del muerto que se habían encontrado la tarde anterior. Antes de que su colega saliera del baño, sacó los cincuenta y cinco euros que había en la cartera y se los guardó en el bolsillo interior de la chaqueta. A él tampoco le importaba que su colega le hubiera engañado. Ni le importaba ni le dejaba de importar, por lo que si yo fuera el enterrador diría que estaba muerto, y ya.

27 agosto 2009

La muerte y la fiesta

Yo no sabía que la muerte y la fiesta estaban tan íntimamente próximas. Recientemente descubrí que hay gente que va al tanatorio después de salir de fiesta, no porque algún amigo haya fallecido la noche de autos, sino porque el tanatorio, que tiene cantina, sigue abierto cuando ha cerrado todo lo demás. Anteayer, a las 6.30 a.m., me enteré en la barra de Mundaka, en la Carretera de Santa Catalina, de que una Heineken cuesta en el Tanatorio Arco Iris un euro y medio, mientras que en Mundaka cuesta tres (esto es lo que le reprochaba un cliente a la camarera).

Gran negocio, pues, el de las pompas fúnebres, que, además de servir de lugar de reunión para quienes sufren la pérdida de un familiar o un amigo, da de beber a aquéllos para quienes las ocho de la mañana es aún temprano para recogerse.

24 agosto 2009

Imposibilidad ontológica

Cómo contarte,
con qué palabras decirte,
cómo hacer para que comprendas,

(la poesía no sirve para este menester)

si no puedes entenderlo

(esto no es poesía, no quiere serlo)

porque todas tus lápidas
bloquean mis palabras
y sólo te quedan sordos los oídos
y llenos de cemento los ojos,

(no son metáforas, sino realidad
tus ojos y tus oídos formateados)

porque tu ser... Tu ser
es un ser ajeno.

(Han modelado tu ser).

No me escuchas.
¿Lo ves?

(Estas ya no son letras,
ni siquiera herejías.
Son payasadas
para que tú te rías
de las rimas fáciles
con tristes melodías).

No lo ves,
ni puedes verlo,
porque no escuchas.

¡Ni siquiera sabes de qué te hablo!

10 agosto 2009

El gato que fue Dios

—He aquí un gato del Diablo: la purísima reencarnación del Maligno nos acecha.

Pues no. He aquí un gato tímido, introvertido, huraño. Un gato que conoce al ser humano y sabe con toda precisión que el hombre es el único responsable de todo el mal y de todo el bien que hay en la Tierra. El gato, que ya fue Dios en religiones antiguas, queda hoy relegado a mascota, animal doméstico, felino salvaje que deambula con sigilo por callejones y contenedores de basura. Y tú, a este Dios que fue gato, a este gato que ha sido Dios, lo desprecias.

Por eso un día tu Dios será otra mascota, animal doméstico o criatura salvaje.