A veces necesitaría ser más elástico, tener un cuerpo más flexible, unos miembros capaces de un mayor estiramiento. No me refiero al hecho de tocar el suelo con las palmas de las manos sin doblar las rodillas: me refiero a la necesidad de estirar los brazos y tocar el techo con los codos, notar cómo se extienden mis tendones, sentir el crujir de los huesos: los omóplatos desplegándose como alas y las vértebras alargándose como el cuello de una jirafa.
Estirarme, ser más elástico. Echar una pierna hacia delante y no andar un paso, sino cruzar la calle de un solo paso. No me refiero a ser de goma, de chicle, de plástico: me refiero a estirarme: dejar suspensas durante unos segundos las uniones de los huesos de mis brazos y tocar, sentado en el sillón, las cuatro paredes de la habitación con las palmas de las manos.
Extenderme, ser más flexible. Cuando abro la mano y estiro los dedos, necesito que éstos continúen estirándose al margen de mi mano, que se prolonguen imitando la fisionomía de las garras de Lobezno. Mi propio rostro me reclama esta capacidad de la que carezco: cuando bostezo, mis labios, mi lengua, exigen expandirse, deshacer las formas de mi cara y besar el cielo, lamer nubes, comer tierra.
Sin embargo, no puedo, por más que lo intento. De momento me conformo con ver de forma paralela cómo toco el techo con los codos, cómo cruzo la calle de una zancada, cómo me como el cosmos de un bostezo.
1 comentario:
Wow... eso si da inspiración...
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