Pepito, a lo largo de sus años en el colegio, copió en muchos exámenes, al menos en trescientos, que se sepa. Un día vio que Paquito, su compañero, copiaba en un examen y, terriblemente nervioso, agitado, exclamó:
- ¡Seño, seño! -levantando y moviendo las dos manos, en vez de levantar una y dejarla quieta, como era costumbre.
- ¿Qué quieres, Pepito? -le preguntó la maestra.
- ¡Que Paquito está copiando! ¡Paquito está copiando! ¡Se está copiando! -respondió Pepito, inquieto, alterado.
- No está copiando, Pepito -le respondió la maestra-. Me ha dicho antes de entrar a clase que iba a utilizar el libro para responder las preguntas, así que ya tiene suspenso el examen.
- ¡Pero tienes que echarlo, seño! ¡No se puede estar en un examen con el libro abierto! ¡Tienes que mandarlo con el Dire para que lo eche del cole! -replicó Pepito en un estado de excitación casi convulsivo.
- Eres muy malo, Pepito -le dijo Paquito-. Pues que sepas, seño, que Pepito se ha copiado en un montón de exámenes sin que tú te dieses cuenta.
- Pepito, ¿es eso verdad, Pepito? -inquirió la maestra con el ceño fruncido.
- Noooooo, seño, cómo va a ser verdad, si yo estudio mucho-mucho-mucho.
- ¡Que no, seño, que sí es verdad! Que yo lo he visto y le he sacado fotos con mi móvil mientras copiaba. ¿Quieres verlas?
- A ver...
- ¡Que no, seño! ¡No te fíes de Paquito, que seguro-seguro-seguro que ha trucado las fotos para que parezca que yo he copiado, pero es mentira-mentira-mentira!
- Pepito... ¿no me estarás engañando?
- ¿Yo? ¿Engañar? ¿Yo? Yo sólo digo siempre la verdad, seño. Y la verdad es que yo nunca, nunca, nunca, he copiado.
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