Las bibliotecas tienen una vida cuanto menos misteriosa. Sus itinerarios se prolongan como un fenómeno orquestal, complejo. Cuando nos sumergimos en sus estómagos, las estanterías de libros nos acosan, nos sitian, nos asedian. Los volúmenes nos incitan a estirar los ojos y a leer sobre sus lomos autores y títulos.
Esta acción mínima, el hecho de realizar la lectura vertical, provoca una tormenta de pensamientos minúsculos e instantáneos que levantan en la mente una cortina de asociaciones de todo tipo, lógicas e inverosímiles, mientras no dejamos de practicar ese placentero arte de la lectura vertical, lateral, instintiva, leyendo más títulos y nombres que se enredan con los anteriores y nos transportan a otros lugares, a otras épocas.
Nuestros ojos tienden a imitar el movimiento de la cabeza de los canarios, al igual que la nuestra propia, y a pesar de que intentamos contenerla, nuestro cuello ejecuta giros de acróbata espontáneo.
Nuestros dedos son atraídos por el espinazo de los libros, y no se quedan tranquilos hasta que sus yemas adquieren, enamoradas, el color de la ceniza.
Cuando salimos de la biblioteca, sólo son palabras de otros la pobre limosna que nos dejan las horas y los siglos que hemos pasado practicando la lectura vertical sobre las paredes y los muros del laberinto.
3 comentarios:
Me encantado tu borgiana mirada a las bibliotecas. Es cierto, las bibliotecas tienen vida propia y nos transmiten su fuerza cifrada: para que la descifremos con nuestro intelecto.
Un saludo.
La lectura vertical es todo un arte. Buena entrada.
En ese caso será "metaarte": un arte que se ejecuta sobre otro.
Muy agradecido.
Salud.
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