Hoy es un día en el que murieron escritores y anarquistas, algunos conocidos por muchos, otros conocidos por pocos. Este mismo día, pero en 1967, murió Azorín, conocido por la gente en general por su nombre, su oficio y nada más; por los chavales de los Institutos por su obra Castilla, lo cual es una pena, porque tiene cosas más interesantes para ellos.
Azorín, aunque no se diga mucho, tenía en su juventud tendencias anarquistas: de hecho, tradujo Las prisiones, obra del pensador ruso Kropotkin, un tipo que fue príncipe, ahí es nada, pero que, sin embargo, pensaba, y renunció a esos andrajos falsarios de la nobleza y se dedicó a luchar por el pueblo, defendiendo una sociedad donde no hubiera ningún gobierno y que se basara en el principio de ayuda mutua y de cooperación, que será una utopía, pero todo el mundo va diciendo por ahí que la vida es un sueño, así que por qué no.
Sin embargo, Azorín pasó, en muy poco tiempo, de la atracción por la anarquía a la atracción por el dinero, y se hizo conservador: le ofrecieron cargos políticos y fue diputado varias veces; diremos, no obstante, en su favor que se negó a aceptar los cargos políticos que le ofreció el dictador Primo de Rivera.
Anarquista también fue Puig Antich, que luchó contra la dictadura franquista, ya fuese haciendo de chofer, ya atracando una oficina de La Caixa para invertir el dinero en la consecución de la libertad. A Salvador, que ése era su nombre, lo cogieron los fascistas de la misma forma que a tantos otros que no comulgasen con las ideas que trataba de imponer la dictadura: la policía fascista interrogó y torturó a otro anarquista hasta sacarle toda la información que querían (lo mismo que hacía la Inquisición para sacar confesiones de brujería y esas cosas), una información con la que pudieron detener a Puig y a su compañero de lucha Javier Garriga, aunque la detención no fue fácil: en el tiroteo, Puig recibió un disparo, pero otra de las balas que se cruzaron mató a un subinspector de la Brigada Político Social cuyo nombre no merece aparecer aquí. La muerte de este subinspector se le atribuyó a Puig, que fue condenado a muerte, pero no lo fusilaron, no: fue ejecutado mediante garrote vil (lo mismo que hacía la Inquisición, y van dos): quiérese decir que le pusieron una argolla en el cuello y la fueron cerrando y cerrando hasta que murió asfixiado, el 2 de marzo de 1974.
Aún nos quedan un par de escritores, uno psicotrópico y otro sexual. El 2 de marzo de 1930 moría de tuberculosis D. H. Lawrence; el 2 de marzo de 1982, de un infarto cerebral, Philip K. Dick. Para Lawrence, el sexo era algo fundamental, y sobre eso, entre otras cosas, escribió, lo que le costó que le acusasen de obsceno, algo que en su época era peligroso, porque todo el mundo sabe que en épocas pasadas nadie practicaba el sexo salvo para procrear y multiplicarse, por eso quien hablaba o escribía sobre sexo era visto como un extraño pajarraco.
Dejemos a este escritor y hablemos de Philip K. Dick, más conocido por las películas que han hecho a partir de muchos de sus libros. Si a Lawrence le gustaba el sexo, a Dick le gustaban las drogas, tanto que tuvo visiones y llegó a creer que, además de ser Philip, era Tomás, un cristiano perseguido por los romanos en el siglo I d. C., y pensaba que las drogas nada tenían que ver con sus visiones. Si queréis saber qué le contaba un dios con el que entró en contacto, leed su biografía.
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